La nieta

La nieta

Desde que nuestra hija nos comunicó que viajaría al país acompañada de su hija, mi esposa y yo empezamos a organizar la casa y ciertos detalles.

Estábamos alegres y llenos de entusiasmo.

Hacía un año que la pequeña había nacido y aún no la conocía.

Era nuestra primera nieta. Aunque tenía sus fotos desde el mismo instante en que nació, la idea de tocarla y tenerla cerca aumentó la emoción.

Días antes de la llegada, mi esposa corría de un lugar a otro en un afán y felicidad cada vez mayores.

-Esto será para su desayuno-me decía en el supermercado-.

En las tiendas por igual.

– Y estos vestidos le servirán. Este será para el domingo en la iglesia. Este cintillo también.

Una hora antes del aterrizaje ya estábamos en el aeropuerto. Tras ver gentes salir por la puerta, finalmente aparecieron.

Llegó recostada del hombro derecho de mi hija, vestida de rosado y con su cabello azabache suelto.

A partir de entonces, nuestra emoción y actos se concentraron en esa pequeña criatura.

A dos días en la casa los objetos aparecían por doquier. Algunas cosas se cambiaron de lugar para que no las alcanzara.

Solo reíamos. Disfrutábamos todo cuanto hacía.

Yo, un hombre alto, pesado y robusto, de repente me vi en el suelo correteándola, intentando hacerlo como su mascota.

No quería su felicidad se apagara. La ponía en mi regazo al llorar, la contemplaba, miraba sus ojitos, su nariz, su boca, sus mejillas, sus manos…. Todo lo estudiaba.

Era carne de mi carne.

Durante once días, me olvidé de los diarios, de los políticos, de los problemas y de muchas cosas.

En esa criatura hubo una felicidad concentrada.

Descubrí que ser abuelo es empezar la vida con grandes deseos.

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