La niña mala de Vargas Llosa

La niña mala de Vargas Llosa

SERGIO SARITA VALDEZ
La literatura suramericana en la segunda mitad del siglo XX ha tenido extraordinarios y dignos representantes que van desde don Carlos Fuentes y Octavio Paz en México, hasta Julio Cortázar y Mario Benedetti en la Argentina y Uruguay, respectivamente, pasando por los eternos rivales de Colombia y el Perú, don Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. En este artículo nos hemos de referir a la más reciente de las novelas de don Mario, titulada Travesuras de la niña mala. 

Como era de esperarse del autor de La ciudad y los perros, el argumento de la obra se inicia en el barrio limeño de Miraflores con la aparición de dos adolescentes chilenas que cautivaron y hechizaron a los jóvenes de ese sector residencial durante el verano de 1950. Las muchachas escandalizaron a sus congéneres con su estilo de mover la cintura bajo el embrujo del mambo rítmico de Pérez Prado. Lo jocoso del relato, y para sorpresa de los ingenuos limeñitos, es que las jovenzuelas resultaron ser tan criollas como lo son el pisco y el ceviche.

El protagonista principal llamado Ricardo Somocurcio se enamora “como un becerro” de Lily, la heroína de la novela. Tras el desenmascaramiento del origen real de las bailarinas, ambas desaparecen del escenario dando al incauto lector la sensación de que las Venus o afroditas impostoras no volverán a ser objeto de la atención del novelista.

Ironías de la vida, Vargas Llosa con el estilo y dominio de la técnica novelística que le caracterizan, logra de una manera sorpresiva y agradable, cual mago de las letras que es, extraer de su sombrero imaginario la figura transformada de Lily convertida en aspirante a guerrillera del movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Ella está de tránsito en París, con destino final, La Habana, Cuba. Esto acontece en la primera mitad de la década de los sesenta del pasado siglo. Como es usual en Mario, en la novela se mezclan los argumentos político-ideológicos con los culturales, todo en un fondo erótico perenne que magnetiza al hipnotizado seguidor del escrito, haciéndolo un adicto imposible de desenfuchar de la alambrada de un circuito de alto voltaje emanado de la mente generadora del progenitor de La casa verde.

La ahora joven mujer utiliza el falso nombre de Arlette cuando llega al aeropuerto Charles De Gaulles y casi de inmediato se enreda amorosamente en un romance que “Ricadito, el niño bueno”, describe como una púdica luna de miel. Nueva vez se esfuma la eterna amada, sembrando de miedo e incertidumbre al flechado macho. Pasado un tiempo y de modo repentino se encuentra el herido por Cupido con la mutante fémina, quien ahora asume la identidad de Madame Robert Arnoux, esposa de un diplomático galo procedente de Cuba. Huelga describir lo que adivina quien lee la narrativa, otro episodio lujurioso se sucede entre la accidentada pareja de amantes ocasionales.

Los capítulos en Francia se articulan con historias del acontecer político peruano de la época. Ricardo con mente parisina y corazón limeño se debate entre su idilio intermitente con la dama manipuladora, mentirosa, pretenciosa, insegura, desconfiada, fantasiosa pero muy humana, y su oficio de traductor de las Naciones Unidas. Años después y de repente se topa el traductor con “la chilenita” en Londres. Aquí se hace llamar Mrs. Richardson, mexicana, casada con un jeque, dueño de costosísimos establos de ejemplares equinos. En 1979 se le verá en Tokio, bajo el nombre de Kurico, querida del señor Fukuda, un sádico empresario voyerista. Esta última relación marital va a resultar casi fatal para nuestra protagonista, a no ser por el rescate oportuno que Ricardo hace de ella.

Tiernos y compasivos episodios se viven durante la restauración llevada a cabo por el martirizado y frustrado amante, tratando de reconstruir la fragmentada y explotada personalidad de quien ya era su esposa. Luego de unas décadas sin visitar el suelo patrio, Ricardito retorna y en uno de los tantos diálogos que sostuvo con su tío Ataúlfo reflexiona de la siguiente manera: “Muchos hombres y mujeres como él, básicamente decentes, a lo largo de toda una vida, habían soñado con un progreso económico, social, cultural y político, que hiciera del Perú una sociedad moderna, próspera, democrática, con oportunidades abiertas a todos, sólo para verse frustrados una y otra vez, y que, como el tío Ataúlfo, llegaban a la vejez, a orillas de la muerte, aturdidos, preguntándose por qué en vez de avanzar retrocedíamos y estábamos ahora peor, con más contrastes, desigualdades, violencias e inseguridad que cuando empezaron a vivir”.

Más adelante relata el tío: “Pues, supongo que sabes que, según una encuesta de la Universidad de Lima, el sesenta por ciento de los jóvenes tienen, como primera aspiración en la vida, irse al extranjero; la inmensa mayoría a Estados Unidos y el resto a Europa, a Japón, a Australia, a donde sea. Cómo podríamos reprochárselo, ¿no es cierto? Si su país no puede darles ni trabajo, ni oportunidades, ni seguridad, es lícito que quieran marcharse”.

No les narro el episodio final de la novela para que se animen a leerla. Lo que puedo asegurarle es que Mario Vargas Llosa es un maestro ligando lo social, lo cultural y lo erótico con su visión política latinoamericana. Podremos estar o no de acuerdo con su postura, pero indudablemente que al hacerlo muestra un fino, exclusivo y talentoso arte.

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