La noche del 16 de mayo

La noche del 16 de mayo

Un ambiente mezcla de impaciencia generalizada cubría a todo el país en varias de las horas siguientes al cierre de los colegios electorales que funcionaron en las elecciones presidenciales de ese día. Fue creado por la dilación, injustificable en situaciones normales para ofrecer los datos, por lo menos preliminares, del resultado de la consulta electoral.

En países con cinco y seis veces mayor cantidad de votantes, los resultados definitivos de unas elecciones se conocen en dos o tres horas. De modo, que aquella dilación tenía un origen sospechoso. De ahí la impaciencia generalizada.

Durante algún tiempo tuve la creencia de que los observadores internacionales presentes en los procesos electorales de cualquier país «de los de por aquí», eran una burocracia ociosa que viajaba a diferentes naciones para pasar bien unos días de vacaciones, elaborar un informe inocuo, y decir hasta luego. Confieso que por lo que acabo de ver ya no pienso igual.

«Comandados» por monseñor Agripino Núñez Collado en su calidad de presidente de la Comisión de Seguimiento Electoral y enderezador de entuertos por excelencia, los observadores internacionales, junto con los embajadores de Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y España, evitaron que el gobierno pepehachista, con olímpico irrespeto de la voluntad popular, como tantos otros irrespetos se le acreditan a la administración, consumara la trama de abortar el proceso electoral y sumiera al país en las sombras de acontecimientos terribles.

Ellos tenían ya datos suficientes y válidos de la votación en todo el país, y conocían, por tanto, la victoria del candidato peledeista Leonel Fernández, cuando fueron a la Junta Central Electoral, tres o cuatro horas después de cerrados los colegios, para reunirse en privado con los jueces, y en su compañía ofrecer después la rueda de prensa que permitió a muchos «descubrir» la amenaza que rodeaba al normal desenlace del proceso.

Datos iguales o muy parecidos estaban en los centros de cómputos de los tres partidos que fueron principales contendientes en los comicios, en las embajadas mencionadas, en Participación Ciudadana, Finjus, el empresariado y la Internacional Socialista. La felicitación de Hatuey de Camps a Leonel Fernández por su triunfo, le llegó primero que la declaración del Presidente para reconocer su victoria. Ya la agencia EFE había difundido la encuesta a boca de urna de Penn & Schoen and Bertland que daba ganador a Fernández.

No tiene cabida que el Presidente, en circunstancias distintas, aceptara «tranquilamente» su derrota con tan mínima proporción de votos como la que figuró en el boletín 01 de la Junta. Lo que pasa es que ya se sabía envuelto por una realidad incontrovertible. La reelección había sido derrotada. Por tanto, no le quedaba otro camino que la felicitación a Fernández, una acción positiva, como lo fue la del candidato peledeista triunfador tendiéndole un ramo de olivo al Pe-erredé y al PPH, y proclamar que la lucha por el poder quedaba terminada.

La dilación habida para que el tribunal electoral ofreciera al país las informaciones que tenía recibidas, con lo cual llevaba tranquilidad al país, no fue causada por irregularidades en las actas ni en los votos. Esa dilación debe tenerse como uno de los elementos de la trama oficial, felizmente desactivada a tiempo.

Queda como memorable la alocución de monseñor Núñez Collado en la rueda de prensa en la JCE en presencia de los jueces, de los observadores y los embajadores citados. Oyéndola, se intuía lo que pasaba. Fue patético la vehemencia de sus palabras, el recordatorio de lo sucedido en los comicios de 1978 cuando se intentó desconocer la voluntad popular, y el llamado al gobierno y a sus seguidores para que aceptaran el veredicto de las urnas, recalcándoles lo de que «el que ganó, ganó, y el que perdió, perdió». Bastaba ver el rostro de los jueces electorales y de los observadores, reflejos de la gravedad del momento, para imaginarlo todo. Llegó último a la rueda de prensa el juez Salvador Ramos, presidente de la cámara contenciosa, señalado como líder de la facción pepehachista en la Junta, sentándose en el extremo de la mesa ocupada por sus compañeros jueces. Mantuvo su barbilla entre los dedos índice y pulgar de la mano izquierda. Su imagen presagiaba lo peor para el gobierno, que sin duda ya sabía que la reelección estaba liquidada. Quizás por eso se ha dicho que una llamada de monseñor Núñez Collado al Presidente fue para calmarlo.

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