LONDRES. AFP. El nacimiento este sábado del segundo hijo del príncipe Guillermo y Catalina, una niña, se ve como un ejemplo de renovación en la dinastía de los Windsor, pero la monarquía británica es una gerontocracia.
Cuatro generaciones conviven dentro de la familia gobernante. En la cúspide, la reina Isabel II, 89 años, que no tiene intención de abdicar pero que cada vez delega más en su hijo mayor, Carlos. A los 66 años de edad, es decir, más allá de la edad legal de jubilación, el príncipe de Gales sigue preparándose para ser rey.
En segundo lugar en el orden de sucesión, el príncipe Guillermo gana en los índices de satisfacción desde su matrimonio-espectáculo de cuento de hadas con la plebeya Catalina.
Estos padres modernos y modelo ofrecieron al Reino Unido un pequeño príncipe, Jorge, nacido en julio de 2013 y tercero en el orden de sucesión.
Por tanto, el nuevo bebé real, una niña nacida el sábado a las 08H34 en el hospital Saint Mary de Londres, segundo hijo de la pareja, se inserta en el cuarto lugar de la línea sucesoria y desplaza un escalón a su tío, el príncipe Enrique.
La llegada fue recibida con salvas de cañón en Londres y satisfacción en muchos hogares.
«Es muy poco probable que la recién nacida reine un día, aunque existe esta posibilidad», dice el historiador Robert Jobson, templando los ánimos.
Siendo una niña, se asegura un lugar en la historia al ser la primera en beneficiarse de la anulación de la vieja ley machista que daba preferencia a los herederos varones. Es cuarta, y punto.
Tercera Edad. Sin embargo, de momento, y en el futuro inmediato, es la gerontocracia.
«Si la reina vive tanto como su madre, que murió a los 101 años, el príncipe Carlos tendrá 80 años cuando acceda al trono», advirtió el profesor de política británica de la Universidad Ciudad de Londres Robert Hazell, con motivo del nacimiento de Jorge.
«Si el príncipe de Gales, a su vez, vive hasta una edad avanzada, Guillermo será bastante viejo cuando sea llamado a reinar», explicó Bob Morris, de la Universidad College London (UCL).
«Podemos encontrarnos atrapados con monarcas de la tercera edad durante mucho tiempo», agregó.
Estamos muy lejos del mensaje martilleado por la formidable máquina de comunicación del Palacio de Buckingham sobre los beneficios de la perennidad de Isabel II.
La reina ha restaurado el lustre del blasón dinástico empañado por las travesuras de los jóvenes príncipes en los años 1980, y celebró majestuosamente sus 60 años en el trono en 2012.
Si llega al 10 de setiembre, batirá el récord absoluto de longevidad en el trono en manos de su tatarabuela, la reina emperatriz Victoria.
Un trabajo para toda una vida. Algunos podrían considerar su misión cumplida.
Pero la reina se comprometió a «servir de por vida», y el auge del nacionalismo e independentismo escocés podría «animarle a quedarse», estimó Morris.
En consecuencia, «la abdicación es muy poco probable», continúa, expresando una opinión unánime de los expertos en la monarquía.
Después de ella, «las cosas podrían cambiar», sostiene Jobson. Sus herederos podrían basarse en los precedentes establecidos por las renuncias del papa Benedicto XVI, la reina Beatriz de Holanda, el rey Alberto II de Bélgica o el de España, Juan Carlos I.
La reina sigue aparentemente bien, pero sus horarios y los de su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, de 93 años, se han reducido.
Es cierto que hará una visita de Estado a Alemania en junio y tiene previsto asistir a la cumbre de la Commonwealth en Malta a finales de noviembre. Pero los viajes oficiales a tierras lejanas, como Australia, están a priori descartados.
Así que los medios menos reverentes hablan ya incluso de una regencia de facto.
Un acta de 1.937 prevé este extremo «en caso de incapacidad física o mental del monarca», recuerda Jobson, que añade inmediatamente que «no es algo a la orden del día».
El aproximadamente 20% de británicos que se declaran republicanos querrían pensar que los días de «la monarquía hereditaria y antidemocrática» están contados. Pero la revolución no es para mañana.