La nueva dimensión de la hispanidad, en bicentenario

La nueva dimensión de la hispanidad, en bicentenario

En el marco de la conmemoración del bicentenario de la independencia de la mayor parte de los países que conformaron el imperio de España en América, cabría destacar el relevante papel que ha desempeñado la hispanidad como elemento clave de cohesión supranacional de la comunidad hispanoamericana.

Paradójicamente, el ocaso del viejo orden político y administrativo de carácter absolutista que acarreó la fragmentación de las grandes extensiones territoriales coloniales, dando paso al surgimiento de las naciones americanas, no conllevó que éstas, aún bajo la influencia de ideas y modelos de vida de otros países europeos e incluso de Norteamérica, se apartaran de sus referentes culturales tradicionales que procedían de la matriz española.

Para ello, los nuevos países hispanoamericanos, a pesar de la ruptura de sus vínculos con España y su rechazo al pasado colonial, hubiesen tenido que dar la espalda a los valores esenciales que marcaban sus más entrañables rasgos definitorios de identidad, “irreductibles y peculiares”, como les llamó Unamuno, que van más allá de los sentimientos de pertenencia y especificidad nacionalista.

No olvidemos que al momento de las independencias de las nuevas repúblicas americanas, a excepción de Haití y Brasil, las ideas libertarias contra la metrópoli fueron expresadas en español. Si bien ésta fue la lengua de la ruptura, también lo fue del reencuentro. A partir de entonces el español, como afirma Carlos Fuentes, dejó de ser la lengua del imperio para continuar ocupando una función de primer orden como elemento vertebrador y lazo comunicacional de la comunidad hispanoamericana de naciones.

Al hablar de la emancipación cubana, Alejo Carpentier ha señalado: “conseguimos esa independencia -hay que decirlo- contra España, sin odio a España”. Y al referirse al principal animador de la lucha independentista de Cuba, puntualizaba que: “José Martí […] jamás renegó de la cultura española, del idioma, de los clásicos, de todo lo que constituía el orgullo y la nobleza de España. Su combate fue contra el poder colonizador, y nada más”.

En iguales términos se expresa en sus Notas autobiográficas el general dominicano Gregorio Luperón, cuya espada combatió con heroísmo a las fuerzas de Isabel II durante la reincorporación de Santo Domingo a su antigua metrópoli: “…sépalo bien quien tenga interés de saberlo, España no tiene hoy enemigos en las naciones que fueron sus colonias en América, sino hijos emancipados que son para los españoles verdadero hermanos”.

Porque en definitiva, es más lo que nos une que aquello que nos separa, al compartir una misma herencia histórica y cultural, basada en valores y principios que trascienden el legado secular del período colonial, pasando a formar parte de la conciencia o identidad nacional. Lazos de hispanidad que se han visto reforzados por las relaciones e influencias recíprocas y por el constante flujo de los inmigrantes españoles esparcidos por América, desde 1880, donde fueron aceptados sin reparos ni miramientos de ningún tipo, integrándose plenamente en la sociedad de acogida para mantener viva dentro de la misma las tradiciones y costumbres de la madre patria.

Trasvase poblacional que se ha revertido en las últimas décadas del pasado siglo XX, al convertirse España en un polo de atracción para los emigrantes hispanoamericanos, honrando así un compromiso de reciprocidad histórica, justicia social y solidaridad humana, como corresponde a pueblos unidos por una misma lengua, una misma religión y una misma cultura.

Manuel del Cabral, en su fascinante y expresivo universo poético, al referirse a la acción emancipadora de Bolívar, dijo:

“Estas tierras que salieron todas de tu pantalón.

Mas olvidaste una hazaña: nos liberaste de España, pero no del español.

Somos España hasta cuando ella no queremos ser…

Ya ves, buen Simón, tu espada, en ti mismo está clavada, al clavarla en Ella ayer”.

José Emilio Pacheco, al recibir el Premio Cervantes dejó por sentado, como autor mexicano, su deuda contraída con la gloria del Quijote y el genio literario cervantino, en el que se revela la plenitud del espíritu y la expresividad de “la lengua en que nací y constituye mi mayor riqueza”. A su vez, nuestro ensayista Federico Henríquez Gratereaux al valorar la obra de Ortega y Gasset, subraya que “El pensamiento en lengua española enriquece, sentimental e intelectualmente, a todos los que hablamos y escribimos ese idioma”.  De ahí la sensación de júbilo y satisfacción que compartimos todos los hispanoparlantes por el premio Nobel de literatura que se le acaba de otorgar a Mario Vargas Llosa.

La impronta hispana, conformada por el idioma castellano, la fe en Cristo y el culto a las diversas advocaciones de la Virgen María, ya sean de origen peninsular o locales, que arraigaron en la religiosidad popular desde los primeros tiempos coloniales y ante las cuales se postraban los propios libertadores americanos para implorarle su protección y la victoria de sus tropas en los campos de batalla, es lo que identifica y compacta al mundo hispanoamericano en un profundo sentimiento de unión y fraternidad. A lo que cabría sumar una muy peculiar cosmovisión de la vida, que a la vez de singularizarnos, nos integra haciéndonos partícipes de una misma comunidad, más allá de las particularidades diferenciadoras y de los variados matices localistas, propios de la transculturación y el mestizaje con las diversas etnias autóctonas y los grupos africanos.

La idea de la hispanidad con su potencial aglutinante y dinámico, en realidad, no niega la pluralidad del mundo hispano, expresado en su enriquecedor mestizaje racial, sincretismo religioso y fusión cultural, que constituyen una constante característica del perfil hispanoamericano, como de hecho sucede en la propia España, a la que se ha considerado siempre un crisol de pueblos, resultado de un prolongado proceso de cruces y convivencias, y de una activa interacción de culturas, bajo la concepción de ser una “Nación de naciones”.

Esa búsqueda y valorización de un ideal de encuentro y de superación, de enriquecimiento moral y espiritual, educativo y científico, donde prevalezca un sentimiento de identificación con el pasado común, del cual hemos heredado una idiosincrasia que nos caracteriza, es el valor que le atribuimos a la hispanidad, establecida bajo una mística de solidaridad y de cooperación, así como en el respeto a la diversidad dentro de la unidad, conveniente para la mayor integración e intercambio entre todos los países hispanoamericanos, con miras a potencializar nuestras relaciones económicas, migratorias y culturales. 

La clave

La impronta

La impronta hispana, conformada por el idioma castellano, la fe en Cristo y el culto a las diversas advocaciones de la Virgen María, ya sean de origen peninsular o locales, que arraigaron en la religiosidad popular desde los primeros tiempos coloniales y ante las cuales se postraban los propios libertadores americanos para implorarle su protección y la victoria de sus tropas en los campos de batalla, es lo que identifica y compacta al mundo hispanoamericano en un profundo sentimiento de unión y fraternidad.

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