La nueva Guerra Fría

La nueva Guerra Fría

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
La Guerra Fría fue la guerra más larga del siglo XX, tan llena de atrocidades y muertes como cualquiera. Sus enfrentamientos principales, sin embargo, no tuvieron como escenario el tradicional campo de batalla, sino la diplomacia y el espionaje. Una guerra intensa pero de bajo perfil. Una guerra con víctimas pero sin héroes.  El principal miedo de las potencias en aquel todavía cercano entonces, era que se rompiera el extraño, difícil y frágil equilibrio diplomático de las potencias, y que esto tuviera consecuencias nucleares. La euforia fue tal que algunos habían dictaminado el fin de la historia. Llegaron los felices noventa, en los cuales los países más poderosos tenían pocas preocupaciones, salvo aquellas relacionadas con las cuestiones económicas y de comercio y uno que otro conflicto de alcance regional o local, casi policíaco, sin verdadero riesgo para Occidente.

En ese casi idílico entorno, otra guerra crecía en intensidad, una guerra que se plantea mucho más silenciosa y larga, más atemorizante por su complejidad, quizá más llena de injusticias que ninguna otra; me refiero a la guerra que los países ricos libran contra las migraciones.

 La migración es el gran miedo actual de los países ricos. El terrorismo y el narcotráfico en comparación al tema migratorio son accesorios. Los hacedores de políticas de los países quedan atónitos al enfrentarse al mayor de los dilemas, la libertad de capitales y bienes no está completa sin el libre movimiento del factor trabajo; pero la migración tiene consecuencias indeseadas.

Una de las consecuencias es, al igual que se plantea para el precio internacional del dinero y para el precio de los bienes, una caída del precio del trabajo en los países receptores. Así, el salario caería al punto en que los países menos desarrollados igualen sus salarios con el de los más desarrollados. El mito económico de diferencias salariales internacionales por mayor productividad se vería en serio cuestionamiento. Ni qué decir del efecto en la programación de los, a veces parcos, planes sociales.

Saber la dimensión del fenómeno ayuda a entenderlo. En cifras de las Naciones Unidas: «la proporción de migrantes internacionales es de un 2,9% anual» según cifras del año 2000. Sin embargo, esa relativamente pequeña proporción de migrantes, es enorme en términos absolutos y, además, explica hasta las tres cuartas partes del crecimiento demográfico de los países desarrollados.

La población de los países menos desarrollados no se ha visto menguada por la migración. La conclusión simple es que ésta podría igualar, lenta pero tozudamente, además del salario mundial, las culturas, idiomas y religiones. La globalización estaría completada. Así cada vez en más países se perciba al inmigrante como un soldado de un ejército invasor.

En la actualidad la cantidad de personas que viven fuera de su país natal es mayor que en cualquier otro momento de la historia, tanto que si pudiéramos ponerlas en un solo país, éste «sería el quinto país más grande atendiendo a su población» la migración se concentra en un grupo relativamente pequeño de países: uno de cada cuatro migrantes reside en América del Norte y uno de cada tres, en Europa. Es decir, la migración mundial tiende a concentrarse en pocos países, los más ricos.

No importa que se amparen en la lucha contra el narcotráfico o el terrorismo. Lo que de verdad preocupa a los países ricos son los grandes movimientos humanos que se dan alrededor del planeta. Nada ha detenido la movilización del más grande ejército de ocupación la historia y el dilema es que no puede detenerse sin evidenciar algún desprecio por los valores Occidentales fundamentado en los Derechos Humanos y la democracia.

Así, cuando Michael Chertoff, secretario de Seguridad de los Estados Unidos, dice que en base a un «presentimiento» eleva los niveles de seguridad de su país, afectando a cientos de miles de viajeros, migrantes y hombres de negocios, no está hablando del terrorismo, está hablando de cómo los países ricos enfrentan su miedo de que los migrantes, además de «ocupar» territorio, lleguen a obtener derechos políticos e influencia a través de voto. La guerra contra la migración es la nueva Guerra Fría. El narcotráfico y el terrorismo, el pretexto.

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