La obsesión por sobrevivir en el país

La obsesión por sobrevivir en el país

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
A los dominicanos se les tilda de haraganes, indolentes, de pocos emprendedores y hasta amigos del dinero fácil, que prefiere arriesgarse a viajar en yolas hacia Puerto Rico, o dejar que los haitianos los reemplacen en la industria de la construcción, o en la agricultura, con tal de no trabajar con coraje y decisión para obtener los recursos para sobrevivir en este ambiente.

Sin embargo, el hecho de que una encuesta determinara el elevado grado de la proliferación de los negocios informales, revela que el dominicano quiere trabajar y buscar los recursos necesarios para vivir decentemente, pero muchos les son arrebatados por una voracidad fiscal sin precedentes que tiene acorralados a quienes declaran ingresos fijos o son detectados como productores y generadores de ingresos en los negocios más diversos, aún cuando sean informales, debido a la eficacia del comprobante fiscal que tiene un control más certero de los ingresos del gran universo de productores dominicanos que antes disponían de más dinero sobrante para invertirlo en comodidades, viajes, residencias y hasta en extravagancias de países ricos.

Pero el contribuyente de empleo fijo se ve acorralado cuando es el que le tiene más controlado sus ingresos, mientras la clase opulenta continúa disfrutando de su tren de vida, que choca con la pobreza de grandes sectores nacionales. Prueba de lo anterior es ver de cómo proliferan en las calles los vehículos lujosos, las tiendas de artículos exclusivos y restaurantes gourmets con precios sobrevaluados de sus servicios, pero resultan pequeños para una clientela ávida de ostentar su nivel de gastos a sus amigos y relacionados.

La presencia de esa clase opulenta, que genera ingresos de las más diversas fuentes, muchas no muy lícitas y de un sector enormemente pobre integrado por una masa de vivientes que solo sobrevive en un chiripeo penoso, en la delincuencia o de una dádiva oficial del programa de solidaridad, tienen atrapada a la clase media, que por cabeza dura y por tenaz es la que avanza frente a tantas dificultades de hacerle la vida imposible a los que trabajan honradamente. Con las trabas oficiales y sus desincentivos se les dificulta cumplir su labor, pero son los que cada día contribuyen al crecimiento del país con la quimérica esperanza de que tendrán un futuro mejor para sus hijos en un ambiente de menos podredumbre moral y de más responsabilidad en la administración de los recursos públicos, dejando de lado el clientelismo en que los presidentes y sus colaboradores más señeros creen que el dinero del fisco es para dispensarlo alegremente a la clientela que los rodea.

La clase media dominicana es muy trabajadora, su titánica lucha parece que es en contra de lo imposible de hacer de este país un lugar mejor para vivir, ya que se tropieza con todas las ambiciones y raterías de los políticos, que consideran que llegar a un cargo es para arrebatar todo lo que corresponde al bien común.

Y es en esa clase media vemos esa lucha del día a día con las familias que muchas veces se desintegran, cuando tanto la mujer como el hombre tiene que trabajar denodadamente para obtener los recursos que le demanda un medio, que para vivir decentemente, hay que producir con creces en sus labores y negocios propios, o como empleados, de manera que sus hijos puedan disponer de una educación decente y sus hogares sean un refugio para huir del medio ambiente tan hostil por la delincuencia y por la forma de cómo una maquinaria gubernamental se empeña hacer de todo, menos en gobernar y administrar a favor de las mayorías.

Esa obsesión de la clase media, apartada de los propósitos de los políticos de enriquecerse, es la que sin dudas mantiene un hálito de esperanza de que el país podría seguir avanzando a tropezones, con muchas caídas, pero al menos hasta ahora ha logrado persistir en sus esfuerzos pese a tantas trabas. Éstas muchas veces son difíciles de superar frente a actos de impunidad notables en que nadie, que le roba al pueblo sus bienes y debe administrar el Estado son condenados por tales hechos, sino que se les premia y hasta se les encumbra socialmente. Ahí está la frustración de miles de gentes, que atrapados entre la opulencia de unos pocos y la pobreza de una mayoría, es la que en su día a día ha hecho posible que el país persista en su posibilidad de Nación viable, ni fallida ni podrida, pese a los vaticinios de que se lucha contra lo imposible de quienes se aprovechan de los que creen en su país, trabajando duro, pero sus esfuerzos chocan ante la voracidad de quienes arrasan legalmente con todo, y también con los que arrasan ilegalmente con todo, participando en negocios ilícitos de grandes proporciones que manchan el nombre del país.

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