POR LEÓN DAVID
En el litoral del teatro dominicano de los años recientes, cuando el grueso de las compañías condesciende con escandalosa desenvoltura a poner en escena obras de frivolidad intolerable y de onerosa ramplonería, cuando los directores en materia de descomedimiento casi infalibles- nos infligen piezas colmadas de abrumadoras impertinencias, cuando de puro aburrirnos en la butaca hemos terminado por acomodarnos a la idea asaz melancólica de nunca más cometer el desatino de comprar taquilla para una función teatral, cuando en canje de imaginación y asombro nos ofrece la carátula baratijas y redundantes languideces, en resolución, cuando no podía ser menos lisonjera la salud de las artes escénicas de nuestro país, viene a punto traer a la cuartilla un manojo de consideraciones acerca de la comedia que la actriz, autora y directora Lorena Oliva presentó en la Sala Ravelo del Teatro Nacional, dentro de las actividades organizadas para conferir animación a la Feria Internacional del Libro celebrada el pasado mes de abril del año en curso.
Para empezar, si la razón no me desasiste, es imperativo que corrija el calificativo que en las líneas que anteceden apliqué con alegre precipitación al espectáculo que Lorena Oliva llevó a las tablas; pues es incurrir en no menuda inexactitud llamar «comedia» al referido montaje. A nadie que lo haya visto y disfrutado se le ocultará que la versión de la Odisea homérica que la teatrista mostrara es una regocijante parodia farsesca en la que, lejos de atenerse fielmente a los sucesos y caracteres gestados por el magno poeta jonio, se permite el chispeante ingenio de Oliva toda suerte de jocosas libertades, al punto de ceder complacida a los más divertidos cuanto insólitos anacronismos.
He aquí que cuando en el teatro vernáculo arrecia la esterilidad imaginativa mientras que la chabacanería perpetra imperdonables fechorías contra la discreción y el gusto alquitarado, una obra como la que estamos comentando fruto en sazón de humor genuino- con creces nos desagravia extremando las virtudes cardinales de la fantasía y la creatividad.
Pareja fantasía, de colorida estirpe circense, se manifiesta en cada uno de los minuciosos detalles del mentado monólogo teatral: en los caricaturescos mas no por inverosímiles menos festivos personajes (Ulises, Penélope, Telémaco, Circe, Atenea, etc.) que la actriz sucesivamente va interpretando con sin igual frescura y eficacia dramática, provocando a cada paso la hilaridad del público; en las disparatadas situaciones, inesperados conflictos e irónicos planteamientos; en los vistosos tocados y máscaras que, junto con la grabación musical y el feliz predominio del elemento mímico gestual, nos sumergen de lleno en un universo signado por la extravagancia y la paradoja, orbe descabellado que un sano y rozagante espíritu lúdico nos obliga a aceptar.
Otra de las cualidades acaso no la menos estimable- del espectáculo de marras, es que su cariz esperpéntico, su tenor de sainete y bufonada, lejos de desbarrancarse hacia los tremedales de la vulgaridad, en ningún momento deja de optar de manera decidida y firme por los prestigios de la urbanidad y del decoro.
Concluyamos: si bien se mira, del montaje de la Odisea sobre el que al buen tun tun he borrajeado las apuntaciones que preceden, acaso el elogio menos inmerecido que cabría hacer es que, siendo un juguete escénico destinado a producir la risa, se toma muy por lo serio los procedimientos y exigencias del más elaborado y riguroso arte teatral.
De odiseas como ésta están desesperadamente necesitadas nuestras postradas candilejas.