La olla cubana

La olla cubana

MANUEL A. FERMÍN
En momentos en que Cuba sufre una de las peores sequías en muchos años, situación esta que crea un deterioro de los niveles de oferta alimentaria, la antigualla que representa el dictador cubano Fidel Castro aparece ante su infortunado pueblo entregándole «ollas arroceras», es decir calderos especiales que agilizan el cocimiento del arroz y las habichuelas, y autoelogia su revolución por ese avance –¡su mayor logro!– trascendental de dotar de estos enseres a las amas de casa que tuvieron impedimento de usarlo por disposición del estalinismo oficial.

Su ego se hincha tanto que un hombre que ha abjurado de toda fuente de lectura frasea como el galileo que las «ollas arroceras se multiplicarán como el milagro de los panes y los peces».

Me apena mucho ver la alegría que tenían estas señoras con su presente, visto como una innovación, cuando ya estos artefactos son de viejo uso en los países de la región.

De su permanente retórica orweliana escuchamos a los principales amanueces del régimen las propuestas teóricas de que el «imperialismo y el neocolonialismo» son las causas de su retraso en el desarrollo por las condiciones primordialmente del «bloqueo inhumano», para condicionar su fracaso a las acciones existentes de fuera de la frontera cubana; porque el fracaso de Cuba en alcanzar mejores niveles de vida se debe a los Estados Unidos y no al sistema personalista, autocrático y dictatorial que se vive en ese pueblo hermano.

El castrismo siempre ha querido ocultar que no es posible lograr niveles de felicidad en un pueblo si no hay garantía de libertad individual y la racionalidad económica, oportunidades verdaderamente necesarias para desarrollarse. Por el contrario, las familias cubanas son sometidas a todo un régimen premoderno de castrismo represivo.

La población carece de oportunidad económica y social; o mejores oportunidades de empleo rural y no ser parte de esa servidumbre y ese peonaje, esa mano de obra contratada por la fuerza del Estado. De aquí que esas ollas encontrarán poco uso o limitado uso porque las carencias alimenticias están a la vista. La sociedad cubana es típicamente pobre; predominantemente asalariada estatal. Las ocupaciones no agricólas, si no fuera por el turismo, serían muy débiles, porque además hay escasa o nula comunicación libre entre las distintas profesiones y condiciones sociales en que se vive allí. Poca o ninguna movilidad geográfica y social. La mayor parte de la gente está detenida, quedada; en su localidad u organización social, que prácticamente es la misma para la gran mayoría del pueblo cubano, excepto los enclaves de poder.

Cuba bajo las mareas y caprichos del castrismo, que solo le dejará vicios y manchas que jamás se erradicarán de la vida pública cubana; parece que seguirá la misma pesadilla que ha padecido desde los albores de la república independiente. La misma historia latinoamericana; los caudillos. Siempre han querido eternizarse en el poder. Pasó con Estrada Palma, patriota de la independencia, pero al fin reeleccionista; el general Menocal es el segundo presidente que se reelige aunque perdió el favor del pueblo no sin antes traer una guerra civil; viene el general Machacho, gran presidente; impulsor del desarrollo, restaurador del desorden debajo por Zayas y los demás y terminan endiosándolo, obligándole sus íntimos a seguir, y siguió hasta que él mismo proclamara: «Después de mí, el caos», que vino. De Batista a Castro es ampliamente conocida la trayectoria de la desgracia cubana. Si los 18 años de Batista fueron harto elocuentes, ¿que pasará con los casi 50 del señor Castro?

En Cuba solo quedan sus viejos recuerdos, sus viejas formas de pensar; viejos y jóvenes ven transcurrir su vida rápidamente, y esto, lector, no ha sido óbice para que la izquierda melódica latinoamericana (tanguista, milonguera, sambista, sonera, salsera, bachatera y joropera) tengan de guía la jurásica figura del dictador cubano.

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