La olvidada costumbre de cartearse

La olvidada costumbre de cartearse

En un cajón lleno de papeles viejos he encontrado una añeja carta con referencia al científico y filósofo doctor Iñigo Montoya, autor de la portentosa obra “PropinquityofSelf” –de la cual les he hablado antes. Es la transcripción de una conversación sostenida por él con un misterioso hombre no identificado, con apariencia de científico ruso exilado, mientras ambos cenaban a mediados de los noventa en un famoso “steak-house” o restaurante de carnes del norte de Miami. Un fisgón criollo espió el encuentro y me mandó algo de lo que dijo Montoya:

 “En 1943, siendo yo muy joven todavía, fui de los pocos que presenciaron en la pequeña localidad de Anfa, cerca de Casablanca, en Marruecos, el encuentro entre el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt y el general francés Charles de Gaulle, quien había huido a Inglaterra y allí se había auto-declarado jefe de las fuerzas armadas de la tercera república en el exilio, tras la ocupación de Francia por Alemania.

 De Gaulle mantenía una campaña de apoyo propagandístico a la resistencia, y se calificaba a sí mismo como el ‘alma de Francia’. Roosevelt, un fanático de los procesos electorales, encontraba a De Gaulle pesado, y no entendía cómo este se arrogaba la titularidad de la República Francesa. De Gaulle era muy popular entre el público norteamericano, pero Roosevelt y sus asesores preferían al General Giraud, quien era más dúctil y podría resultar de mayor utilidad a los americanos.

El encuentro entre De Gaulle y Roosevelt era para discutir, entre otras cosas, quién gobernaría los territorios franceses liberados tras la invasión del norte de África por los Aliados. La antipatía recíproca entre Roosevelt y De Gaulle hizo que el encuentro fuera tenso y difícil. Hacia el final, Roosevelt, hastiado de la vana altanería de De Gaulle, prácticamente le increpó diciendo que los Estados Unidos no podrían apoyarle a él como comandante de las fuerzas francesas en los territorios liberados, y mucho menos como jefe de Estado en el exilio, puesto que su poder no derivaba de ninguna instancia legal, como por ejemplo unas elecciones.

 “A esto, De Gaulle se puso de pié, levantó su cabeza y pronunció unas palabras como si estuviera masticando cada letra, pese a lo cual su claridad fue asombrosa. «¿Quién, monsieur le President, eligió a Juana de Arco?»”.

 Algo significará la casualidad de re-encontrar la vieja misiva.

Publicaciones Relacionadas