Están sobrepasados los pocos límites a la actuación brutal de bandas de civiles en arma que ellas mismas colocaban a sus desmanes contra el pueblo haitiano y un Gobierno sin medios para imponer el orden, ahora convertido en blanco de su propia policía. Parecería que hasta la cabeza del primer ministro Ariel Henry ya tiene precio en un marco de 27 mil kilómetros cuadrados en los que nadie está seguro sin la gracia de los maleantes.
La agresividad de individuos sin ley apunta ya hacia las conexiones imprescindibles de Haití con el resto del mundo. Los vuelos que pudiesen llegar al único aeropuerto funcional de Haití, en el que los pistoleros han pasado a entrar como Pedro por su casa, aterrizarían a una zona minada. Se trata de una ruptura brutal de comunicación con países y otros entes extranjeros que tienen representantes en Puerto Príncipe rodeados hoy de máximo peligro y riesgos para sus vidas.
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Extinguir las acciones de barbarie sobre esa nación con ejercicios de autoridad y en nombre de la civilización, no debería estar supeditado a la voluntad y disposición individual de potencia alguna. El total quebrantamiento del orden en perímetros de desolación, hambre y muerte debe ser enfrentado con una bandera en alto que represente al concierto de naciones dolidas con la desgracia haitiana y que ya deben sentirse directamente lesionadas por el bandidaje. Ya los atacantes no reconocen fronteras.