La Onza se puede vencer

La Onza se puede vencer

El hombre era considerado un sabihondo capaz de responder a cualquier encerrona y salirse con la suya. Luego de muchos estudios, averiguaciones y búsquedas lo cercaron en el parque del pueblo, frente a la iglesia y le sorprendieron con esta charada contada por uno que había visitado Brasil.
Dime Antonio que haces si caminas por los impenetrables caminos y trillos de la selva del Mato grosso y te encuentras con la Onza, la Onza, demás está decirlo, es un animal muy feroz y peligroso.
Pues, dijo el sabihondo Antonio, corro como alma que lleva el diablo.
Nada haces con correr, la Onza es el animal más veloz.
Pues me subo al árbol más alto.
La Onza trepa más que el mono que trepa más alto.
¿El río está cerca?
Sí, pues me tiro al río y salgo al otro lado. Antonio, la Onza es el único animal que vence a las terribles pirañas, entonces ¿qué haces?
Antonio no lo pensó: pues, me hago amigo de la Onza, respondió.
Esa es la versión light de la historia del encuentro entre Antonio y la Onza, la verdadera es la que os voy a contar a seguidas.
Antonio decidió enfrentar la Onza con toda la astucia de que era capaz. Creó un plan que puso en práctica, para vencer aquel terrible animal salido de la más misteriosa cueva donde sesionaban, con harta frecuencia, todos los males que dejó escapar Epimeteo cuando destapó la Caja de Pandora.
La maldad, la marrullería, las trampas más sutiles, la corrupción más descarada, la falsía llevada al extremo, la capacidad de mentir hasta que el mentiroso terminaba creyendo en sus palabras, la traición, el engaño, fueron puestos de moda en una parte de la población que, engañada por los cantos de sirenas, caminaba ciega y embrujada como los niños que siguieron al flautista de Hamelin.
Tan pronto como Antonio propuso, discutió, encaminó, convenció y se hizo entender sobre la necesidad de que el pueblo abriera los ojos y viera cómo se lo engañaba con palabras melifluas dichas y pronunciadas con el rostro más candoroso y serio, la situación comenzó a cambiar: el miedo a la Onza comenzó a desmoronarse.
Con la decisión de cambiar el ambiente de temor, de ceguera, de sordera, un nuevo aire comenzó a circular en las calles, en los hogares, en las escuelas, en las asociaciones, entre la gente que decidió sacudirse el miedo a la Onza, cuya presencia dejó de ser una fuente de desaliento, de desesperanza.
La gente entendió la necesidad de organizarse para enfrentar las fuerzas hegemónicas que atropellan todos los principios.

Ese es el imperativo de la hora: vencer la Onza y ello sólo se logra con la presencia de las masas en las calles.

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