La opción imposible

La opción imposible

Sabía cómo tentar la vanidad ajena. El requiebro consigue adeptos, ata. Un piropo a tiempo desarma como derrota de inmediato, a seres frágiles, el insulto y la injuria. Si el culto a su misterio, la veneración al mito cedieran, la revelación de su anecdotario sería pedagógica y sabrosa. Una lectura lúdica de sus memorias permite transitar por los trillos de la malicia. La perfidia asoma detrás de cada mención. El acopio de sus rencores está en insinuaciones y distorsiones.

Se salvan pocos. Tan sagaz y seguro de la miseria de sus congéneres fue, que escribe orondo: muchos de los que tras la caída de la dictadura abogaron para que se me condenara a una especie de degradación cívica se convirtieron en mis partidarios más apasionados. Así venció el olvido, desde antes del 1966. Después fue más doloroso para muchos y más fácil para él. Entre el cementerio y la nómina pública, distrajo a sus adversarios.

Jugó con aquello de políticos presos y presos políticos, habló del caos y la sedición, con paciencia, convirtió el triunfo en su edecán. La fortaleza del Partido Revolucionario Dominicano fue la única amenaza real al poderío colorao, hasta el momento de las rendiciones y de los desaciertos gubernamentales del partido blanco. El retorno al poder del PRSC, encuentra a los grupos de la izquierda diezmados y a los tradicionales contendientes del líder reformista, sin discurso cautivante. Sus monsergas estaban divorciadas de la práctica.

La oposición que pretendían, desde la academia, a través de los medios de comunicación, todavía no existían las ong influyentes, era aburrida, extravagante. La crisis electoral del año 1994 sirvió para develar intenciones. Dieciséis años después del aciago periodo de los doce años, la excelencia soñadora y atrevida, era cadáver, lo demás clientela. La alternativa a los partidos tradicionales trepaba por las siglas del PRD, PRSC y le hacía el guiño al PLD que, gracias a las alianzas, se acercaba a Palacio. Desertores, tránsfugas, conversos, justificaban cada paso con una arenga y sin mea culpa.

Transcurrió el tiempo, el Partido de la Liberación Dominicana, logró su primer mandato. El líder y fundador de los dos grandes partidos dominicanos se despedía, Peña Gómez intentaba vencer el cáncer y un redivivo Balaguer recibía, gracias a la iniciativa de sus enemigos históricos, el título de “padre de la democracia”. Luego del bautizo la diatriba era inútil. La alternativa confundida, continuó reiterando sandeces, errores y cobardías. No hubo remplazo para terminar la pantomima. La consigna de la mañana se convertía en la cotización de la tarde. La claudicación facilitó, hasta hoy, una rala vigencia sin futuro y con pasado inabordable, lleno de contradicciones y falacias, transacciones y miedo. La imposibilidad de acuerdos, de permanencia, el diseño de proyectos políticos sin arraigo, permitió la repetición de equivocaciones, la absoluta incapacidad para reconocer las fallas. La flor y nata de la intelectualidad dominicana no logró la transformación soñada. Aquel piropo del sabio de la política criolla fue cadalso. Y él lo sabía. No hubo pausa para la reflexión, menos para la sinceridad. Quedó la queja. El anuncio de la barbarie.

La acusación contra unos y otros, a pesar del maridaje con unos y otros. El momento del gorro frigio había pasado pero no quería admitirlo. Aceptar que no pudo, pero sí se sumó, es imposible. Prefiere la victimización como credo. El colectivo no entiende sus reclamos, tampoco asume sus culpas, aunque conoce sus fracasos. Esa elite descartó la renovación, a pesar de sus coqueteos con los representantes de la nueva izquierda. Rumia el lenguaje levantisco sin eco. Acecha la canonjía sin esperanza. Sexagenaria, intenta deslumbrar a otra generación, más cerca de la chercha que del compromiso.

Luego de veinte y dos años de balaguerismo, ocho de perredeísmo, tres períodos de peledeísmo, el discurso no le ha permitido trascender pero sí vivir. Es una lástima. Las opciones son necesarias y el relevo también.

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