La opción

La opción

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Periódicamente algunos políticos presidenciables, que no han tenido suerte en sus aspiraciones con los llamados partidos tradicionales o han participado con los partidos pequeños, acarician la idea de buscar una vía novedosa, fuera de lo que ha estado acostumbrado el electorado en los pasados 41 años, desde que en 1966 se reanudaron los períodos constitucionales que, sin interrupción, han jalonado la vida democrática nacional.

Lenta pero con perseverancia, los partidos tradicionales han estado excavando su propia tumba dentro del desprestigio a que lo han llevado sus miembros más conspicuos, que como una cofradía del derroche y del latrocinio, han contaminado sus instituciones para tener un medio de como hacer dinero, sin que fuera por la vía del narcotráfico, de la delincuencia, de las evasiones, del contrabando o destacarse en empresas, deportes o la farándula.

 Todavía, y como cosa extraña en el continente por lo que ocurre en los demás americanos, el dominicano acepta sus partidos, con sus debilidades y sus lacras, y los apoya a sabiendas de que sus candidatos los van a engañar en las elecciones y dormirlos con los encantos que ellos pintan cada cuatro años, para elegir algunos de ellos con la esperanza de que sea menos malo que el anterior.

Por eso, el panorama dominicano de los partidos apunta hacia un período más largo de la agonía institucional de tener hombres más probos que se atrevan a dirigir la Nación, cosa que se ha puesto tan difícil debido a ese clientelismo clásico nacional, enraizado hasta los tuétanos en cada ciudadano, que siempre sueña con el carguito o una dádiva. Esa situación impide a muchos aspirantes arriesgarse a buscar la Presidencia, para aclarar el ambiente tan contaminado, que ya necesita actuaciones más transparentes y cabales que puedan encauzar lo que realmente quieren los ciudadanos para su tranquilidad,  superación y desarrollo. Las esperanzas de la ciudadanía, aún cuando elija a un buen candidato para la Presidencia, chocan de frente con la claque que rodea al candidato ganador, y que llegan a los altos cargos en recompensa por sus sacrificios y aportes. Muchas veces no son los más probos, iniciándose el derrotero clásico de las malversaciones y los latrocinios, por lo que la ciudadanía vuelve sus ojos hacia quienes les van a ofrecer villas y castillos de seriedad y de capacidad, para reemplazar a quienes los defraudaron con sus mentiras y falsas esperanzas y con el resultado final del desengaño colectivo.

Casi siempre los políticos en ejercicio y aspirantes a la Presidencia, abierta o secretamente, sueñan con la coyuntura que pudiera abrirle el paso hacia sus aspiraciones, ya fueran éstas de continuismo o de «subir al palo», ya que ahora ocurre el fenómeno de que solo con una masiva intrusión de dinero asegura las aspiraciones de quienes persiguen el poder. Por lo tanto, será muy difícil para los que señalados por la ciudadanía como los más confiables, pero carecen de dinero o de un apoyo político, llegarían a juramentarse en un 16 de agosto como presidentes constitucionales, ante la Asamblea Nacional.

El patrón de los políticos que fueron electos democráticamente en los pasados 41 años, nos da una idea de cómo ha ido variando los requerimientos económicos desde cuando el doctor Balaguer fuera electo en 1966. Esa vez fue en base a su carisma e imagen de hombre honesto y trabajador, pese a que en esa década del 60 la Unión Cívica Nacional, que nadie se acuerda de ella, lo presentaba como el «muñequito de papel». Esa vez la inversión económica no fue tan notable por las circunstancias que se dieron en torno a esas elecciones, que más pudo el temor a un retroceso sangriento al que había vivido en 1965, y lo representaba su rival de la ocasión el profesor Juan Bosch.

Ya en las elecciones de 1996 se dio otro caso singular cuando el poder de entonces, en torno al doctor Balaguer, se volcó con todos sus recursos hacia la figura de un joven político del PLD, sin recursos, que cautivaba a las multitudes con su lenguaje claro y preciso para llegar a la Presidencia, contrastando con lo que se había invertido en las elecciones del 1994, en que hubo una hemorragia de dinero para dislocar los padrones electorales en que tanto los colorados como los blancos metieron mano a los archivos de la JCE para abultar electores o eliminarlos, en que parece que esa vez los reformistas superaron a los perredeístas en esas bellaquerías electorales.

Y las elecciones del 2004 marcaron la pauta de lo que serán las próximas, en donde el dinero clientelista arropará todo lo bueno que pudiera ofrecer un candidato, sin que se pueda darle cabida a una opción más atractiva y transparente de lo que ofrecen los partidos tradicionales.  

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