La oportunidad de la crisis

La oportunidad de la crisis

Cuando el Presidente Leonel Fernández afirmó durante la pasada campaña electoral que la crisis económica es “un reto” y “una oportunidad para seguir progresando”, muchos criticaron este pronunciamiento por considerar que el mismo no se correspondía con las medidas económicas adoptadas por su gobierno. Independientemente de si la actual gestión gubernamental ha conducido o no a aprovechar las oportunidades que nos brinda la crisis económica que azota a las naciones desarrolladas y cuyos vientos huracanados ya comienzan a sentirse en las orillas dominicanas, lo cierto es que la afirmación presidencial constituye una verdad indiscutible.

Pero… ¿cómo puede una crisis ser una verdadera oportunidad para el país que la sufre? La respuesta la encontramos en Milton Friedman quien, como nos recuerda Naomi Klein, ya había afirmado: “Solo una crisis –actual o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”.

Las alternativas a las políticas económicas existentes ya se encuentran desarrolladas en documentos como el más reciente del CONEP y los dos últimos Informes de Desarrollo Humano del PNUD, por solo citar dos de los más importantes y preclaros.

El común denominador común de estos diagnósticos es la necesidad de desarrollar políticas públicas que preserven la estabilidad macro-económica, equilibren las finanzas públicas, distribuyan mejor la riqueza, hagan más justo y eficiente el sistema tributario, racionalicen el gasto público, focalicen los subsidios, fomenten el uso de las energías renovables, estimulen el aparato productivo para la generación de empleos y de divisas, equilibren la balanza de pagos, disminuyan el costo regulatorio de la actividad bancaria, promuevan la seguridad jurídica para el estímulo de las inversiones, en fin, hagan más equitativo y descentralizado el crecimiento económico.

El problema es que los antes citados objetivos implican la necesidad de distinguir entre ganadores y perdedores y salir de la lógica en donde los que siempre pierden son los más pobres y el sector privado. Arthur M. Schlesinger Jr., citando a Reinhold Niebuhr, afirma que “en la historia no hay nada que apoye la tesis de que una clase dominante renuncie alguna vez a su posición o a sus privilegios en la sociedad porque se haya acusado a su Gobierno de ineptitud o de injusticia”.

En el caso dominicano, los empresarios paradójicamente están de acuerdo con un aumento de salarios, con tal de dinamizar el consumo y sostener el crecimiento de la economía sin un aumento de la presión tributaria. Sin embargo, hay quienes piensan que la élite política –que ya constituye una verdadera clase social dominante autonomizada de las élites económicas- al parecer no está dispuesta a asumir una austeridad fiscal que recorte los salarios de los funcionarios y ponga límites al manejo clientelar del presupuesto.

Para Friedman y los “Chicago Boys” la oportunidad de la crisis era aprovechable mediante un cambio rápido e imprevisto que, de modo irreversible, impidiera la “tiranía del status quo”. Tal “terapia de shock” a la Jeffrey Sachs es inaceptable en una sociedad democrática en donde las políticas públicas no pueden ser impuestas sino que deben emerger de un proceso de deliberación plural, público y transparente, que permita alcanzar un razonable y efectivo consenso político y social. Ese consenso se facilita allí donde se inaugura un gobierno nuevo que goza inicialmente de una natural luna de miel.

El gran reto para el Presidente Fernández es, en medio de la crisis del Consenso de Washington y del populismo y sin el chivo expiatorio del FMI, sustituir esta moratoria de las asperezas políticas de la que gozan los nuevos gobiernos por un consenso político, social y económico, construido sobre la base de una agenda de puntos comunes, cuya implementación sea medible objetivamente y cuyos actores fundamentales sean el gobierno, los partidos y la sociedad civil. Si asume este reto, Leonel Fernández dará muestras de ser un estadista dispuesto a unir la nación en un propósito común y eso solo lo hará pasar indefectiblemente a la historia.

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