No hay que ir muy lejos, ni ser un especialista de renombre. Solo hay que conocer a fondo las necesidades de un pueblo para entenderlo, para planear con él y para él, para reaccionar, para adelantarse, en fin, para ser justos.
No es y nunca fue una sorpresa que, en Polo, Barahona, en el paraje de las Auyamas, Don Martin luche contra una señal de televisión que nunca ha sido buena y que decir la telefónica que es prácticamente inexistente.
Que Doña Mayra tenga que cuidar a todos sus nietos, mientras intenta cocinarles la única comida que tendrán ese día y vigilar que ellos – que por turnos escuchan las clases- anoten todo porque ella apenas entiende y no tiene claro que es lo importante.
No son casos aislados. Como ellos, son cientos de miles de familias que cursan el año escolar en condiciones muy precarias, por la pandemia, por la economía, por la falta de empleo, de oportunidades, por el pésimo acceso a conexión eléctrica y telefónica, por el olvido, por la indiferencia.
Cada persona tiene el derecho a recibir una educación de calidad, pero ¿Cómo le damos forma y cuerpo a esto si no generamos entre todos, las condiciones necesarias para que ocurra? ¿Cómo logramos ese ambiente propicio para el aprendizaje? ¿Cómo logramos que ese ambiente amigable este acorde al nivel de desarrollo psico-emocional y social del niño? Si el país tiene realidades tan desiguales, ¿Por qué insistimos en que todos estemos actuando bajo un único esquema posible?
Si millones de estudiantes no tienen acceso a conectividad y que muchos más no cuenta con condiciones mínimas para aprender en casa, ¿Por qué que queremos colocarlos a todos en la misma cajita de cristal? ¿Por qué ahora este es el modelo único y salvador? ¿Por qué no nos permitimos darle la vuelta e impulsar la descentralización como un modelo plausible?
No es que estemos siendo disruptivos de un momento a otro, nuestra Ley General de Educación 66-97, en su Título V nos ha invitado a hacerlo… ¡desde hace unos 23 años!
Va siendo un buen momento para que los Gabinetes de Salud y Educación trabajen de la mano y diseñen una estrategia de abordaje conjunta, basada en datos y en las realidades regionales y locales. Que entiendan como es el comportamiento del virus en las zonas; conocimiento que sin duda les permitirán tomar decisiones más sensatas, aterrizadas y por consecuencia, efectivas. Una pista: mirarse en las experiencias exitosas de otros países, con esquemas de escuelas y clases mixtas siempre es un buen punto de partida.
¡Reactivemos las Asociaciones de Padres, Madres, Tutores y Amigos de las Escuelas! Las APMAEs pueden apoyarnos en la generación de alternativas plausibles para sus hijos e hijas, experiencia y bagaje en el quehacer comunitario avalan su trabajo y hacen necesaria su presencia.
Articulemos con las organizaciones de base comunitaria que sin duda pueden apoyarnos en generar espacios alternativos para que nuestras escuelas puedas reabrir sus puertas en modalidad semipresencial y que nuestros estudiantes no estén solos en casa.
Ampliemos la mirada, involucremos a las fuerzas vivas de la sociedad.
La escuela no está dentro de las cuatro paredes del recinto, la escuela está dentro de una comunidad. La escuela es la comunidad.