JOSÉ A. BRACHE LORA
La vida es caprichosa y de ella se dice que ofrece con tacañería sus mejores oportunidades. Para quienes quieran aprovecharse de lo que ella ofrece con tanta parquedad, se recomienda estar atentos al primer amago de su oferta, y atraparla sin vacilación, porque de lo contrario la oportunidad se escapa dejando rastros irreversibles. Ejemplarizo con el patético caso nuestro, conocido ya como el más vergonzoso acto de rapiña gubernamental sufrido por el pueblo dominicano.
El gobierno pasado nos ha colocado en la penosa situación de deudores de sumas astronómicas resultado de una depredación oficial que cargó nuestras espaldas con la mayor crisis económica que hayamos padecido. ¿Podremos corregir estos abusos, y de paso, sentar las bases para impedir su repetición? ¿Se perseguirá y enjuiciará a los responsables del escalofriante crimen cometido contra millones de dominicanos? ¿Será posible detener, de una vez y para siempre, la nefasta política del borrón y cuenta nueva?
Observando con imparcialidad las cosas que enjuicio, y ajeno mi espíritu a temores y odios infecundos, contesto negativamente mi propio cuestionario, colocado en la filosa cúspide de un pesimismo que no presenta las drásticas medidas que demandan las circunstancias. Y esa negativa la sustentan un poder judicial sordamente venal, por un lado, y por el otro, una legislatura corrompida hasta la médula, que aprueba o rechaza los proyectos de leyes ajustados a intereses personales de senadores y diputados de ambos hemiciclos.
Sería cobarde de mi parte no darle, en este mismísimo párrafo, mayor expansión a mi pensamiento, y en consecuencia añado que la responsabilidad del funesto borrón y cuenta nueva alcanza también al Presidente de la República, cuya inercia o flojedad contribuye a remachar la depredación oficial que nos empobrece.
Se me ocurre buscar auxilo en San Lucas, y voy directo al Capítulo XIX, versículos 41 y siguientes, y he aquí lo que el evangelista me ofrece: Al llegar cerca de Jerusalén, poniéndose a mirar esta ciudad, derramó lágrimas sobre ella, diciendo: 42.- ¡Ah! Si conocieses también tú, por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz o felicidad, mas ahora está todo ello oculto a tus ojos. 43.- Porque vendrán días sobre ti que enemigos te cercarán con baluarte, y te pondrán cerco, y de todas partes te pondrán en estrecho, 44.- Y te arrasarán con los hijos tuyos, que tendrás encerrado dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto han desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado. 45.-Y habiendo entrado en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él; 46.- Diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración, mas vosotros las tenéis hecha una cueva de ladrones.
Jesús arrojó a latigazos a saduceos y fariseos que convirtieron la Casa de su Padre en una cueva de ladrones, y si el símil es permisible, guardando la distancia que exige el divino Cordero, no creo herético reclamarle a Leonel Fernández Reyna, investido de los poderes que le otorgan más de dos millones de voluntades electorales, usar contra nuestros depredadores igual látigo que el que hace dos mil años estigmatizó a los dirigentes judíos.
No nos engañemos, el 16 de mayo del 2004 votamos mayoritariamente contra Hipólito Mejía y sus seguidores, cuya voracidad se arrojó de manera brutal sobre el patrimonio de todos en la fiesta del más grosero despilfarro nacional. Este pueblo ha aguardado, desde el 17 de agosto de ese mismo año, que las autoridades correspondientes pongan en movimiento la acción pública contra los ladrones, ¡pero vana ha sido la esperanza! Causa vergüenza enterarse cómo los tribunales dominicanos, servidos por jueces timoratos e incompetentes, condena a duras penas a infelices que por necesidad roban naderías, mientras los bergantes se pavonean y exhiben con descaro la riqueza ajena.
¿Sobre quien recae la culpa de esta repulsiva impunidad que está corroyéndole el alma a la democracia dominicana? Casi fue ayer que se le imputó a nuestros códigos represivos la ausencia de normas adecuadas para castigar a los delincuentes, y de buenas a primeras, unos mozalbetes vestidos con falsas togas justiníaneas, reunidos en zonas alejadas de Roma y de Bizancio, echaron en el zafacón 2000 años de juricidad y de sapiencia. Hoy recordamos con nostalgia el artículo 28 del despreciado Código de Procedimiento Criminal que le exigía al Ministerio Público pronta acción judicial, no sólo ante querellas y denuncias, sino también ante rumores públicos que informaban acerca de la comisión de crímenes y delitos.
El actual procurador general de la República está actuando con energía, pero no con la suficiente energía que el actual caso dominicano demanda. Si bien es verdad que él es un miembro sujeto a las orientaciones del jefe del Poder Ejecutivo, no es menos cierto que su investidura como representante de la sociedad dominicana ante los tribunales de la República le exige actuar sin necesidad de su autorización previa. Pero apuntemos de paso que aunque no tenga que otorgar apoyo alguno ni sea obligatorio solicitarlo en casos de la especie, el máximo titular del Ejecutivo le debe su respaldo público al Procurador General, dado que entre nosotros el presidencialismo es necesario en determinadas circunstancias.
El tiempo se nos viene encima, señor Presidente. Urge actuar.