La oportunidad y el dilema

La oportunidad y el dilema

Nuestro país está en una oportunidad dorada. El año que viene, si todos los pronósticos de crecimiento se dan, tendremos el periodo de crecimiento sin interrupciones más largo de nuestra historia. Eso trae consigo un dilema, cómo si hemos crecido tanto, cómo es que aún los niveles de insatisfacción ciudadana son tan notorios y los de desigualdad tan vergonzosos.
Lo mismo ocurre con la parte política. La democracia liberal representativa no tiene ninguna fisura importante. Vivimos un clima de libertades públicas. Los debates se dan libremente y las opiniones fluyen en las contradicciones. Hay la oportunidad de consolidar para siempre la democracia, teniendo igual que en lo económico, un largo periodo de estabilidad institucional. Sin embargo, enfrentamos el dilema de una oposición dispersa, un partido gobernante que está a punto de pasar sus luchas internas, como antaño hizo el PRD, a crisis nacionales.
El ciudadano tiene como nunca mecanismos legales, oportunidades de emprendimiento, estabilidad y dinamismo económico, información abundante, y herramientas sociales y políticas como para participar en política de forma menos clientelar que en el pasado. Sin embargo, enfrenta el dilema que trae la pérdida de valores, el inmediatismo hedonista, la actitud casi adolescente de exigir todo en derechos con poca disposición a cumplir deberes. Para muestra un botón, la joven elocuente que en el Teatro Nacional exigía la devolución de su dinero “porque las puertas la cerraron cinco minutos después de que se iniciara el espectáculo” y ella (y otros) llegó justo en el momento de cierre: “sabiendo que en este país somos impuntuales”.
Tenemos la oportunidad de desarrollarnos como sociedad; pero algo sigue siendo el pero, el tal vez, el quizá que nos detiene. Ya nos indignamos como buenos contribuyentes de impuestos, pero seguimos defendiendo al que lo evade. Ya nos indignamos con el abuso de la autoridad, pero seguimos con el dilema de tener villanos, delitos e incluso crímenes favoritos.
Sabemos ya por profunda convicción y larga historia que no hay mesías y que los caudillos no son un camino exento de costos institucionales, pero los seguimos comprando más mentiras que verdades. Denunciamos la reelección que nos molesta para en la misma frase impulsar la que nos conviene…sin cuidar en lo más mínimo los argumentos, es decir, sin miedo a que se vean las contradicciones oportunistas. El nepotismo del primo del otro es molesto pero el de nuestros tíos no.
Queremos desarrollo, pero no queremos pagar el costo del país que queremos. Algunos claman por el cambio con comportamientos bien conocidos y atávicos. Nos cansamos de trabajo no realizado, pero queremos código laboral inamovible, cesantía, seguridad social y mayores salarios. O andamos pidiendo más productividad para aumentar salarios, del lado empresarial, pero no proponemos nada que no sea a favor de acumular más capital.
Las clases medias se sienten pobres. Los pobres se comportan como las clases medias. Y los ricos viven en otro país, casi literalmente. No sé cómo se resuelve esto. Solo llamo la atención.

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