La organización Solidaridad Fronteriza busca carnetizar  trabajadores haitianos

La organización Solidaridad Fronteriza busca carnetizar  trabajadores haitianos

Stephanie Hanes / Christian Science Monitor
Guayubín, República Dominicana.
  El intenso sol de media tarde cocina la tranquila plaza del pueblo donde Johnny Rivas regresa en su motocicleta, todavía vistiendo su gran traje blanco.

Luce exhausto. Durante las últimas horas, el señor Rivas fue maestro de ceremonias de una celebración del día del trabajo para haitianos migrantes, organizó una ceremonia en la iglesia y ha dado la mano a cientos de personas.

El ha cantado los himnos nacionales de Haití y República Dominicana y ha rentado y regresado unas 200 sillas plegables. Y, más importante aún, ha pronunciado una y otra vez su discurso sobre tarjetas de identificación, la parte central de su esfuerzo por formalizar la vasta y marginada fuerza laboral de Haití.

Pero Rivas niega que esté fatigado.

Ciertamente,  parece animarse cuando comienza a hablar sobre las necesidades de uno de los bateyes cercanos, los pueblos destartalados de la República Dominicana donde viven los haitianos trabajadores. Los bateyes suelen ser pobres, con altos niveles de desempleo.

En esta región noreste agricultural del país, los haitianos también enfrentan otro gran problema: documentos o, más adecuadamente, su inexistencia.

“Las personas que son indocumentadas, son muy vulnerables aquí”, dice Rivas. “Muchos de los haitianos que están aquí, ni siquiera tienen un certificado de nacimiento. Por eso fue que tomamos la iniciativa de darles las tarjetas de identificación.

Muchos del millón de haitianos que se estima viven en República Dominicana luchan por obtener los documentos oficiales necesarios para que participen activamente en la sociedad. En esta tierra de campos de plátano y de plantaciones azucareras, las amenazas que enfrentan los inmigrantes indocumentados son especialmente graves.

Miles de haitianos inmigrantes, algunos legales quizá no, se dedican al trabajo pesado que mantiene las factorías, granjas y fincas de aquí. Muchos son llevados al país de contrabando. Otros sobornan a los guardias de la frontera luego de cruzar el río Masacre, la línea que divide a Haití de República Dominicana.

Ellos son típicamente mal pagados, a veces viven y trabajan en condiciones cercanas a la esclavitud. Muchas veces no pueden obtener documentos de los consulados haitianos aquí o son considerados disfuncionales, y entonces o no tienen documentos legales de República Dominicana  o tienen sus visas  retenidas por los empleadores.

Esto los pone en riesgo de ser explotados, Rivas y otros sostienen. Muchos trabajadores cuentan historias de dueños de negocios que se ponen de acuerdo con oficiales de Migración, para engañar a los haitianos con deportaciones masivas justo antes del día de pago. Otros hablan de oficiales  que los detienen si transitan por las vías principales.

Hace unos años, la organización de Rivas, la organización jesuita Solidaridad Fronteriza, se trazó un plan. Decidió crear sus propias tarjetas de identificación, una forma de que los indocumentados puedan documentarse ellos mismos.

Rivas y otros comenzaron a ir pueblo a pueblo, entrevistando a trabajadores para determinar cuánto tiempo tienen en República Dominicana, el lugar donde trabajan, cuántos hijos tienen, su número de identidad en Haití y cualquier otra pieza de información que pudieran colocar en las tarjetas de apariencia legítima.

“Nosotros debemos legalizar a los trabajadores”, dice el padre Regino Martínez Bretón, director de Solidaridad Fronteriza, quien ha trabajado en la región por cerca de cuatro décadas. “Nosotros proponemos que los oficiales de Migración permitan que las personas circulen con la tarjeta que les damos. No tienen autoridad legal, pero sí tienen autoridad moral”.

Desde que el programa inició, Solidaridad ha distribuido más de seis mil tarjetas. Muchas han sido arregladas por Rivas.

Rivas es haitiano de nacimiento, pero ha vivido en República Dominicana la mayor parte de su vida. Era un maestro de escuela en Haití, pero aquí ha trabajado, como la mayoría de haitianos, en los campos. Sus empleadores lo despidieron luego de que descubrieron que estaba organizando a otros haitianos.

Otros parecen compartir la opinión del señor Jean. Cuando Rivas llega a una colección de chozas de aluminio, hombres y mujeres se reúnen a su alrededor. 

Los oficiales del área han comenzado a reconocer estas identificaciones,  aunque todavía enfrentan problemas cuando viajan lejos.

Abusos

El dirigente de la organización Solidaridad Fronteriza cuenta la anécdota de cuando un agente fronterizo le disparó, porque intentó frenar una pelea.

“Dile cómo te dispararon aquí”, le dice un trabajador a Rivas.

Rivas asiente y explica que en una ocasión, cuando sostenía una reunión aquí, les llegó el aviso de que un soldado dominicano estaba golpeando a un hombre haitiano. Rivas corrió al lugar para terminar la pelea. El soldado disparó su arma hiriendo a Rivas.

El se encoge de hombros del incidente “no estoy asustado”, dice Rivas. “Nosotros tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos y con estas tarjetas, estamos haciendo un comienzo”.

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