La otra cara de Auschwitz: “Descubrir las realidades inmundas y las realidades del éxtasis”

La otra cara de Auschwitz: “Descubrir las realidades inmundas y las realidades del éxtasis”

POR GRACIELA AZCÁRATE
 (…) “No acepto la idea de que, al arrebatarnos nuestra tierra, el sionismo redimiera la historia de los judíos, y nadie me hará aceptar jamás la necesidad de desposeer a todo el pueblo palestino. Pero sí puedo admitir la noción de que las distorsiones del Holocausto crearon las distorsiones en sus víctimas, y que éstas se repiten hoy en las víctimas del propio sionismo, es decir , en los palestinos”.

(…)“Comprender lo que les pasó a los judíos en Europa bajo los nazis significa comprender el aspecto universal de una experiencia humana en condiciones calamitosas. Significa compasión, solidaridad humana y un rechazo total a la idea de matar gente por razones étnicas, religiosas o nacionalistas”.

Edward w. Said:
“Crónicas Palestinas”
artículo “Bases para
la coexistencia”
publicado en Al-Hayat,
el 5 de noviembre de 1997.

“La liberación de Auschwitz cumple sesenta años”: rezaban los títulos de la prensa internacional. Ese título se multiplicó en la prensa digital y de papel. Los programas de televisión, de Internet y el mundo entero se sumaron a la conmemoración, de lo que “no podía volver a repetirse”.

 Pero “ la memoria no es ni lineal ni fiel a los hechos ni siquiera igual a sí misma. Se recuerdan cosas importantes con la misma lealtad con la que se guardan nimiedades. Se olvida lo accesorio con la misma fuerza con la que se han perdido momentos trascendentes. A veces salta alguna cosa que estaba agazapada y nos sorprende con su vigencia y vitalidad”.

Eso escribe Diana Wang, Presidenta de “Generaciones de la Shoá en Argentina” autora de “Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires y “El silencio de los aparecidos” .

Y prosigue (…) “¿Qué decían los cuerpos de los liberados de Auschwitz aquel 27 de enero de 1945?, los cuerpos hambreados, vejados, enfermos, humillados de los que habían quedado en el Campo. Los casi muertos, los incapaces de la menor conducta, los vacíos de pensamientos, ésos estaban ese día, el día de la liberación, en el campo de exterminio conocido como Auschwitz”.

Diana Wang escribió un acierto: la memoria no es lineal y muchas veces hace saltar “alguna cosa que estaba agazapada y nos sorprende con su vigencia y vitalidad”.

A mí me asaltó el recuerdo de un artículo de Edward w. Said (Q.E.P.D) publicado en Al-Hayat, el 5 de noviembre de 1997 y recopilado en su libro “Crónicas Palestinas” del año 2000 y el discurso de Susan Sontag (Q.E.P.D) cuando recibió el Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad, en el año 2001, en Israel.

¿Qué ha pasado en los últimos sesenta años, qué consecuencias produjo Auschwitz, cuál es la contracara de ese campo de concentración y la cara oscura del genocidio judío?

Edward Said en una artículo titulado: “Bases para la coexistencia” recopilado en su libro “Crónicas palestinas” dice que “nadie que viva actualmente en Estados Unidos, o en Europa puede escapar a la visión de las fotografías de Auschwitz o de Dachau, a los constantes recordatorios del tormento y los sufrimientos judíos y a la evidencia de la inhumanidad dirigida contra un pueblo, el judío, que a pesar de sus méritos y de su contribución a la cultura se vio reducido al nivel de meros animales, gaseados y quemados por millones”.

Relató cómo en 1960, durante el juicio a Adolf Eichman en Israel, la prensa de ese país aprovechó para dar cuenta de los espantosos acontecimientos ocurridos en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. La prensa derechista de la Falange Libanesa dijo que era mera propaganda sionista pero para la misma época, el Dr.Usama Makdisi, un joven historiador libanés de la Universidad de Rice, en Houston, Texas, dijo que en un estudio que había realizado sobre los reportajes, la opinión pública pensaba que lo que se había hecho a los judíos en Alemania era un crimen contra la humanidad, pero que el crimen israelí de desposeer y expulsar a todo un pueblo no constituía un crimen de menor clase. “El doctor Makdisi descubrió que no se pretendía equiparar el Holocausto a la catástrofe palestina: sin embargo, juzgados desde los mismos parámetros, tanto Israel como Alemania eran culpables de atroces crímenes de enorme magnitud”.

Esa es la terrible contracara del Holocausto.

Uno no puede dejar de recordar lo que dijo el Premio Nobel de Literatura José Saramago durante la horrible embestida de Ariel Sharon a los territorios palestinos durante el año 2002.

El artículo sigue desmenuzando el Holocausto y la tragedia palestina pero discurre por ese sendero que la Sontag llamó de “solidaridad y compasión”.

Edward Said escribe: “Ninguno de los dos acontecimientos es igual al otro; del mismo modo, ni el uno ni el otro justifican la violencia actual; y finalmente, ni el uno ni el otro se deben minimizar. Hay suficiente sufrimiento e injusticia para todo el mundo. Pero a menos que se establezca la conexión que permita ver que la tragedia judía ha llevado directamente a la catástrofe palestina, digamos que “por necesidad”, no podemos coexistir como dos comunidades de sufrimientos independiente e incomunicadamente separados”.

Para él, los judíos de Israel son el resultado auténtico del Holocausto; de que es necesario y terapéutico exigirles también a ellos el reconocimiento de lo que hicieron a los palestinos durante y después de 1948.

“Esto significa que, como palestinos, exigimos consideración y reparaciones de ellos sin minimizar de ningún modo su propia historia de sufrimiento y genocidio”.

Consideró que en la historia de la filosofía judía “hay una ausencia total de reflexión sobre las dimensiones éticas de la cuestión palestina”, que es mucho lo que queda por andar y que una de las tareas es desarrollar una noción de “coexistencia” que “sea fiel a las diferencias entre judíos y palestinos, pero que lo sea también a la historia común de luchas distintas y de desigual supervivencia que les une”.

“Quién querría equipar moralmente el exterminio masivo a la desposesión masiva?”

Cuando se hizo público que la escritora Susan Sontag había sido distinguida con el máximo galardón que otorga el estado de Israel, la comunidad literaria de su país le exigió que lo rechazara porque provenía de un país que tenía una posición de expolio hacia el pueblo palestino. Ella no sólo lo aceptó sino que les dijo a quienes la premiaban: “No puede haber paz en tanto no cese la instalación de comunidades israelíes en los territorios” y lo hizo “con el poder de las palabras”

Edward Said y Susan Sontag  se plantean en toda su obra interrogantes como paz, honor, verdad, individuo, libertad y lo resuelven con el poder de las palabras.

Porque dice Sontag en su discurso: “A nosotros, los escritores, nos inquietan las palabras. Las palabras significan. Las palabras apuntan, Son flechas. Las flechas se clavan en la dura piel de la realidad. Y cuanto más portentosas, más generales son las palabras, más se parecen a cuartos o a túneles. Pueden expandirse, o derrumbarse. Pueden llenarse de un olor nauseabundo. A menudo nos recordarán otros cuartos, donde nos gustaría vivir o donde creemos estar viviendo. Podemos perder el arte o la sabiduría de habitar ciertos espacios. Y a la larga esos espacios ámbitos de objetivos intelectuales que ya no sabemos habitar, serán abandonados, tapiados, clausurados”.

Entre las muchas cosas que dijo, deliberadas y dirigidas precisamente a ese segmento de la intelectualidad que la desafió a rechazar el premio, ella desmenuzó uno a uno los argumentos por los cuales sí debía aceptarlo y en nombre de qué. En principio dijo que no existe una cultura en términos normativos sino existe una pauta de altruismo y de estima por los otros. Porque lo que importa: “ No es lo que un escritor dice sino lo que un escritor es”.

Para ella la literatura significa “conciencia, duda, escrúpulo, exigencia pero también canto, espontaneidad, celebración y dicha” y como es un sistema- un sistema plural- de criterios, ambiciones, lealtades, “su función ética es enseñar el valor de la diversidad”.

Porque: “la misión principal de escritor no es tener opiniones, sino decir la verdad…y negarse a ser cómplice de mentiras e informaciones inexactas. La literatura es la casa del matiz y de la oposición a las voces de la simplificación”. Es contribuir a que sea más difícil creerles a los saqueadores intelectuales. “La misión del escritor es descubrir las realidades: las realidades inmundas y las realidades del éxtasis”.

Puesta a elegir entre justicia y verdad, ella eligió la verdad. “Hay tres cosas diferentes: hablar, lo que estoy haciendo ahora: escribir, lo que me da derecho a este premio incomparable y ser una persona que cree en una activa solidaridad con otras personas”. “Y por supuesto tengo opiniones políticas de las cuales quiero compartir ahora con ustedes: Creo que la responsabilidad colectiva, como razón fundamental para el castigo colectivo, no está nunca justificada, ni militar ni éticamente. Me refiero al uso de una desproporcionada potencia de fuego contra civiles, a la demolición de sus casas, a la destrucción de sus huertas y arboledas y a la privación de sus medios de vida y del derecho a un empleo, a tener educación y recibir atención médica y acceso irrestricto a ciudades y comunidades vecinas… todo ello como castigo por actividades militares hostiles que podrían estar o no en la vecindad de esos civiles.”

Como escritora, por solidaridad, por la paz y la comprensión alentaba en sí misma “como los poetas y los novelistas, la capacidad de reflexión y de buscar la complejidad”.

Mientras que la opinión de los informadores y los políticos, inmoviliza, miente, tratan con condescendencia, en cambio los escritores hacen sacudir, liberan, hacen dudar y reflexionar.

El escritor abre las vías de la compasión y de nuevos intereses, ayuda a ser diferentes y mejores. Citó las palabras del Cardenal Newman: “En un mundo más elevado, las cosas ocurren de otra manera pero, aquí abajo, vivir significa cambiar, y ser perfecto es haber cambiado a menudo”.

Si la filosofía judía tiene un vacío y una ausencia de reflexión sobre las dimensiones éticas de la cuestión palestina y de la contracara de Auschwitz, los escritores Edward Said, palestino y Susan Sontag, norteamericana (judía no practicante) le impusieron a su obra el sello de la verdad, de enseñar el valor de la diversidad y sobre todo de contribuir a “descubrir las realidades inmundas y las realidades del éxtasis”.

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