La otra guerra: las naciones

La otra guerra: las naciones

CHIQUI VICIOSO
No recuerdo exactamente en que año de los noventa, hubo una reunión de oficiales de educación del UNICEF en Río de Janeiro donde todos y todas teníamos órdenes de no salir solos a la calle.  UNICEF había denunciado el exterminio de los niños de la calle (17,000 en un año), por parte de bandas paramilitares contratadas por los hoteleros, y en una sola noche habían asesinado a ocho niños que dormían a la vera de una iglesia. 

La noticia llenó de horror al mundo y sacó a la luz pública una vieja práctica de bandas paramilitares conformadas por policías, ex-policías y sicarios para exterminar a niños y adolescentes de la calle y los sectores populares, residentes en los barrios o favelas que se atrevían a bajar a la zona de la playa.  Debido a la denuncia del UNICEF, todo aquel o aquella que trabajara para la institución era persona non-grata para las bandas.

Años más tarde, descubrí la misma situación en Buenos Aires, con uno de los cuerpos policiales urbanos más violentos y criminales de la región.  La cacería de jóvenes era la misma, sólo que las madres de los barrios se habían organizado y con el apoyo del Premio Nóbel de la Paz Pérez Esquivel, habían denunciado la nueva guerra sucia de las llamadas fuerzas de la ley y el orden.  Frente a las denuncias de organizaciones internacionales, de derechos humanos, ONGs, asociaciones de madres y la iglesia, la respuesta de la policía ha sido siempre la misma:  «Se trata de delincuentes comunes».

Las edades, en este desperdicio de vida, de los niños y jóvenes oscilan entre los doce y los 18 años, aunque en países como Colombia se han detenido niños hasta de siete y ocho años.  ¿Las razones de esta masiva delincuencia juvenil?

La pobreza, la influencia de los medios de comunicación y sobretodo la desesperanza, porque:  ¿Qué futuro le espera a un joven popular que estudia si estudiar no le garantiza un empleo?  ¿Si los empleos que puede conseguir son mal remunerados y la corrupción no se penaliza? ¿Con qué moral se le habla de deberes ciudadanos cuando  observa que a los bandidos de cuello blanco que nos endeudan como nación se les excarcela para que puedan esquiar en invierno o irse a descansar a Miami?  ¿Con qué cara se les pide esfuerzo y dedicación en un país donde el 20% de la población super rica ha expulsado a más de dos millones de «emigrantes económicos» y a miles que perecen tratando de cruzar el Canal de La Mona?  ¿Y donde connotadas representantes del sector empresarial hablan de negarle un 30% de ajuste salarial a los trabajadores y trabajadoras, o de oponerse a toda reforma fiscal sin un ápice de vergüenza o remordimiento de conciencia?  ¿De qué futuro le hablamos a estos jóvenes cuando aún los graduandos universitarios no tienen un empleo y se sabe que hay unos cinco mil agrónomos trabajando en los taxis, bodegas y factorías de Nueva York?

Si a este caldo de cultivo añadimos las películas y video games norteamericanas de violencia, donde la juventud cree recuperar su auto estima e importancia en base a la guapería y falta de escrúpulos aún con su propia familia (tal y como lo aprenden en la TV), y su sentido de identidad y pertenencia en base a rituales casi infantiles, entonces la aparición de «las Naciones» es una desgracia totalmente predecible.

Una desgracia frente a la cual hay dos salidas:  O el terror vía la militarización de los barrios, solución temporal que no ha funcionado en ningún país del mundo; o la reorientación de la educación hacia las escuelas vocacionales; de la educación universitaria a carreras técnicas de ciclo corto; creación de refugios para jóvenes y niños víctimas de la violencia doméstica (todo padre o madre violento genera monstruos); mano durísima contra los traficantes de drogas, incluyendo las farmacias en barrios de clase media y alta y los sectores militares involucrados; la generación de empleos, y un programa de apoyo a los clubes e instituciones barriales, con deporte y cultura sana.

Es claro que estas acciones no pueden ser solo una tarea del gobierno de turno, sino de todo el empresariado que hoy invierte millones de pesos en la media docena de «guachimanes» que cuidan sus viviendas, o en costosísimos sistemas de alarma, no entendiendo que el remedio está en la prevención vía la inversión en los «tígueres» que tanto menosprecian.

Y ojalá que aún estemos a tiempo, porque la guerra doméstica hace tiempo que está en pié, y los Kings, Los Mercaderes, Las Panteras, Los escorpiones, Amor y Paz, Los Faraones, Baby Blood, Ñeta, Latin Nation y Forty Two, son apenas los primeros episodios de una guerra que solo se resuelve con la justicia social y sus valores, frente a una juventud mercenaria entre otras razones, por el exterminio de la juventud con ideales.

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