LA HISTORIA, la auténtica realidad de nuestras vidas, debería enseñarnos un principio axiomático: “Las dictaduras crean consenso y se mantienen sobre ese consenso.” (Umberto Eco, A Paso de Cangrejo).
Tal vez cimentadas más por temor o terror que por respeto o admiración de los pueblos que han vivido en dictadura vitoreando a su máximo líder de extrema derecha o de izquierda desquiciada, han logrado al fin y al cabo el consenso que las sostiene. Y no hay que ir tan lejos al fascismo de Mussolini, el nazismo del Fuhrer o el comunismo del camarada Stalin. Muy cerca de aquí, Pinochet y más cerca aún Duvalier y Trujillo, todos gobernaron con la aceptación de una población tan numerosa como sumisa por su ignorancia, su miseria o por simple conveniencia circunstancial aliada a la clase gobernante. El pequeño grupo opositor siempre ha existido para suerte del contrato social de libertad, igualdad y fraternidad.
Aquella verdad se puso de manifiesto en la reciente encuesta Gallup –Hoy , donde la marcha del 22 de enero contra la corrupción y la impunidad registra la simpatía de un 91% de los encuestados y, al doblar de la esquina, en la misma encuesta aparece el partido del gobierno, PLD y su máximo líder, actual mandatario de la nación tienen más respaldo popular y simpatía que los cuatro principales partidos y dirigentes de la oposición, como si con ellos no fuera la cosa. Esa es la virtual paradoja del consenso.
Los tantos aspirantes a la silla sueñan con ella, y solo discursos y promesas ofrecen; los que la disfrutan, dan, protegen y quitan limosnas que resuelven, sin importarle al grueso de la población, la que pone y quita gobierno que mucho o poco han contribuido a la expansión de los peores males que como nación y sociedad padecemos. A unos cuantos, con mayor conciencia política, abrazados a un ideal de Patria nueva con un nivel cultural avanzado, sí les importa. Pasan revista y luchan por el cambio contra el vandalismo, el patrimonialismo, el rentismo, el clientelismo patrocinado desde las alturas de un llamado Estado Social Democrático de Derecho que se contradice a cada paso y permite que “el noble y sufrido pueblo”, como pueblo no exista; que los marginados, la gente pobre y empobrecida que huye de la miseria y hace lo que no debe hacer porque no puede hacer otra cosa, atrapada en su desolación legitime con su voto prostituido y su aplauso la falsa electoral que cava su tumba, mientras aguarda silente la caída. Entonces, con furia retenida, se suma a la marcha triunfadora.
El PLD y su maquinaria de gobierno ha instaurado una dictadura blanda, pero eficaz y peligrosa porque adormece. Tiene consenso en las altas esferas y en la muchedumbre que le sigue. Libertad de prensa, elecciones libres, no puras, construcción de escuelas y hospitales, visitas sorpresas que resuelven momentáneamente problemas ancestrales, y otros items a su favor no bastan. La caldera puede explotar. Las calles se agitan, las redes sociales cuelan consignas, denuncian los grandes males sociales que el gobierno, impotente, calla.