La otra revolución de febrero

La otra revolución de febrero

El pasado 23 de febrero, mientras en todo el país, miles de dominicanos, principalmente jóvenes, protestaban con justa razón contra la suspensión de las elecciones municipales por la Junta Central Electoral y por la realización de elecciones libres, justas y transparentes, se cumplieron 90 años del derrocamiento del presidente Horacio Vásquez por un denominado Movimiento Cívico. El aniversario, como casi siempre, pasó inadvertido, pero, visto hoy, con el prisma de las circunstancias políticas excepcionales que vivimos tras el fracaso y frustración de las elecciones del 16 de febrero, adquiere una relevancia singular pues del destino final de aquel movimiento, que condujo al ascenso al poder de Trujillo y al inicio de su larga tiranía, se pueden desprender lecciones muy útiles para estos tiempos.
A pesar de que casi todos sabemos que hay que conocer la historia para no repetirla, pocos recordamos que lo más granado de la juventud y la intelectualidad dominicana apoyó la llegada al poder de Trujillo en 1930. Aquella joven intelectualidad, como bien señala Andrés L. Mateo, no fue el actor fundamental “sino que saltaba como marioneta [de Trujillo] al escenario de la historia”. Ese salto, como se desprende del estudio de Mateo y de los trabajos de Diógenes Céspedes, fue posible porque el lecho donde se acostó Trujillo ya estaba preparado por décadas en que la intelectualidad hostosiana, liberal, democrática y republicana, se convirtió progresivamente al credo elitista expuesto por Rodó en Ariel, que partía de la idea de que la sociedad dominicana solo podía modernizarse erradicando los partidos y sus caudillos, para lo cual, paradójicamente se requería “un hombre” capaz de dirigir el Estado.
Ese hombre sería Trujillo, pero él no podría por sí solo ascender a la presidencia y mantenerse en ella por 3 décadas: el dictador requería el caldo de cultivo de 30 años (1900-1930) de continua y sistemática prédica antipolítica y antipartidista. No por azar la plataforma ideológica del Partido Dominicano reproduce la declaración de principios del Partido Nacionalista, en el cual militaba la mayoría de la intelectualidad dominicana. Lo relevante ahora es, sin embargo, que Trujillo podía llegar al poder si y solo si antes calaba en la profundidad del ánimo nacional el virus de la desconfianza radical y visceral hacia los partidos, la política y los políticos y la creencia, casi irracional y contraintuitiva, de que un hombre, un mesías, podía, paradójicamente, encarnar esa antipolítica. Precisamente, es en ese péndulo entre el honestismo de la antipolítica y el personalismo del líder en el cual nos encontramos todavía los dominicanos y que amenaza toda posibilidad de cambio y de consolidación democrática e institucional.
Una vieja y muy conocida frase señala que “nunca segundas partes fueron buenas”. Marx estuvo muy claro al respecto pues, al comienzo de “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, afirma que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Al observar nuestros muy notables avances como sociedad en desarrollo, me convenzo de que, en la actual coyuntura político-electoral, los dominicanos estamos en medio de un genuino, sano y espontaneo movimiento civil, nacido de la justa indignación frente a la suspensión de las elecciones y sus prolegómenos, liderado por jóvenes que constituyen una verdadera reserva ciudadana, ética y utópica de la sociedad dominicana -que se manifiesta, por ejemplo, en la revalorización de nuestros símbolos pa trios-, en el cual no hay manos invisibles políticas ni privadas que muevan la cuna del descontento, que no dejará que ningún actor político-partidario lo desvirtúe y coopte como ocurrió en 1930, y que, por dicha razón, y al margen de que, como es lógico y natural en una democracia, los partidos puedan en mayor o menor medida encarnar sus demandas, contribuirá positiva y decisivamente al fortalecimiento democrático e institucional del país.
Creo que este pacífico, novedoso y creativo movimiento juvenil de protestas causará una alta participación electoral en los diferentes torneos electorales de 2020 y no se verá perdido ni como tragedia ni como farsa de una historia que se repite, en medio de una tempestad causada por el fantasma que recorre nuestra América, con “brisas” que azotan violentamente más pacíficos y prósperos parajes que los dominicanos, como es el caso de los chilenos, que anuncian la “única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina” y que presencia impasible el ángel de la historia de Walter Benjamin.

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