La otra UASD, la de mis estudiantes

La otra UASD, la de mis estudiantes

En la opinión pública nacional, concepto y realidad virtual que manufacturan y manejan privilegiadamente los medios de comunicación, la Universidad Autónoma de Santo Domingo ostenta un prestigio social que no merece. Reducida a titulares que mellan su prestigio, la UASD tiene más versiones que la que se transmite por la televisión y que son frecuentemente evocadas por sectores interesados en mermar el crédito público de una universidad del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. En el imaginario nacional elitezco, la UASD huele a bombas lacrimógenas, adopta formas de piedras y macanas, se viste de encapuchados y suspensiones, contiene politiquería y muchas veces sirve con preocupantes insuficiencias intelectuales. No voy a decir que eso no está en la UASD, pero sí debo decir que esa no es la UASD, ni como realidad real ni como ideal. Existe otra UASD, que no suele ser tan publicitada y que, sin embargo, es la que ocupa las aulas universitarias, días tras días, semestre tras semestre, contra viento y marea: la UASD de los estudiantes.

Llevo tres años como profesor de sociología de la UASD, donde atiendo a unos 500 estudiantes por semestre, en diferentes asignaturas de las ciencias sociales, en salones de clase sobrepoblados, con ventilaciones precarias y con evidentes carencias para hacer un trabajo formativo adecuado y conforme con los tiempos que vivimos.

¿Quiénes son mis estudiantes? Son jóvenes y no tan jóvenes, con sus fisionomías ya marcadas por los rigores de vidas laboriosas asumidas desde la prima adolescencia. Antebrazos esculpidos por el trabajo manual de carga, manos encalladas por el uso excesivo de hoces y martillos, cutis cincelado por la fregadera de platos, mis estudiantes son la no tan nueva clase obrera del capitalismo actual.

Son sobrevivientes del barrio, mis estudiantes son casi milagros sociales en relación a sus pares contemporáneos. Están ahí, en las aulas, pero probabilísticamente pudieron muy bien no estar allí en la UASD. Cuando los interrogo sobre qué hacen hoy quienes fueron sus amiguitos de infancia, sobre a qué se dedican sus vecinos de igual franja etaria, me hablan de amigos en Najayo o La Victoria, me refieren a tragedias de allegados muertos como parte de actividades delictivas, me comentan de muchos otros que andan “hangueando” en la esquina de la casa o “bregando” por el barrio, atendiendo jornadas de 18 horas al colmado del callejón o al salón de belleza de su calle. Cuando les pregunto sobre sus cotidianos, me hablan de verdaderas travesías para transportarse: provienen de Los Tres Ojos, de Brisas del Este, de Manoguayabo, de Los Alcarrizos, de Haina o San Cristóbal, y yo me pregunto: y cómo les da el tiempo, y cómo les da el dinero. Cuando me despierto a las 6:00 de la mañana para asistir a las clases de las 7:00 am, pienso que casi todos mis estudiantes ya están en las calles, librando desde las 5:00 am la batalla por transportarse, a veces haciendo cuatro cambios de medio de desplazamiento. Muchos llegan sin desayunar, esperando, si el dinero alcanza, calmar el hambre con algún jugo o empanada de las que ofrecen buhoneros en los alrededores de la Universidad. Y de ahí, a una ardua jornada laboral remunerada por cheles y en muchos casos caracterizada por abusos de sus empleadores. El Gobierno dominicano ha invertido centenas de millones de pesos en centros universitarios regionales en diferentes provincias del país, pero ha olvidado el problema de sobrepoblación y de transportación que implica para los miles de estudiantes residentes en los municipios de Santo Domingo Este, Santo Domigo Norte y Santo Domingo Oeste, y que tienen que trasladarse diariamente a la sede central de la UASD.

Mis estudiantes ejercen la profesión de mecánicos automotrices al mismo tiempo que cursan la carrera de Ingeniería Mecánica. Llegan a las clases nocturnas signados por la grasa en sus caras que ya es inmune a cualquier detergente; son camilleros de hospital preñados de ilusiones que cursan la larga carrera de Medicina; son actuales telefonistas o mensajeros que con el sol de sus cotidianos calcados en sus frentes, cursan la licenciatura en Mercadeo; cajeros mecanizados cognitivamente por la reproducción intensiva de sus gestos, cursando la licenciatura de contabilidad.

Las filas en el comedor son inimaginables para quien no ha estado en la UASD. A pesar de la larga espera, mis estudiantes almuerzan y cenan allí, son perseverantes porque la economía personal se impone, aprovechando los pocos pesos que implica el ticket de comida. Pasan auténticas odiseas al momento del registro académico, previo a cada inicio de semestre, uno de los principales escollos que enfrentan los estudiantes concierne la incertidumbre en torno a disponibilidad de cursos que le permitirían avanzar de manera fluida a través del pensum de sus carreras académicas.

Por supuesto, el estudiante uasdiano también lleva responsabilidad compartida de trabajos y días que bien pudieran ser mejores. Pero son responsabilidades inducidas, propias de liderazgos y roles orientadores poco innovadores y poco animantes que asumimos muchas veces los maestros y maestras uasdianos en nuestras clases. Portadores de un ethos propio de las poblaciones expuestas a altos niveles de vulnerabilidad y reproducción social, como son las clases sociales de las que provienen la mayoría de sus estudiantes, el estudiante de la UASD lleva más de víctima que de protagonista respecto al estado actual de situaciones en la casa de altos estudios más importante de la nación dominicana.

Por ejemplo, en el campo de las calificaciones, el estudiante uasdiano se preocupa muchísimo más de aprobar su asignatura que de aprobarla con “buenas notas”. Esta actitud estudiantil, tan común en muchos de mis estudiantes, expresa cierta resignación hacia un futuro incierto, un avenir al cual la vida le dice al estudiante, a través de concretos ejemplos en su entorno: salir de la pobreza es cosa de milagros y de excepciones. Para los estudiantes, la Uasd es -en teoría- un mecanismo para salir de la pobreza; pero en realidad, para las clases populares, un diploma universitario funge hoy más como salvavidas para sobrevivir en la pobreza y no sucumbir a un estadio inferior que sería la indigencia o la delincuencia.

La otra UASD, la de mis estudiantes, está poblada de seres humanos en la flor de sus vidas, que acuden allí llenos de legítimas esperanzas, no siempre correspondidas por un liderazgo universitario históricamente más preocupado por el manejo del poder político interno a la UASD y por un mercado laboral que penaliza el venir de estratos socioeconómicos humildes. El épico ejemplo que muestran estos estudiantes con el empeño de depositar en los estudios el destino de sus vidas, debe servir de memorándum de alerta urgente a todos los que sobre ellos poseemos algún tipo de responsabilidad cívica.

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