La otra vía y el mercado

La otra vía y el mercado

CARMEN IMBERT BRUGAL
Impecable el joven, con su licenciatura bien ganada y su trabajo satisfactorio. Labora en una organización no gubernamental. La entidad pretende paliar carencias legendarias y exhibe resultados. Locuaz, seguro, aprecia el país y cree que es posible transformarlo. Su nombre indica que alguno de sus ancestros fue subversivo. Que lo bautizaran Lennin no lo afecta, las militancias paternales pertenecen a una historia ajena. Le preguntan si el 14 de junio significa algo para él. Nada, dice, y justifica su respuesta. «El 14 de junio ha sido utilizado sin criterio lógico. Es necesario dejar de realizar acciones que hagan ver dicho evento como algo vivido por un grupo de personas que, en ocasiones, nos parecen anquilosadas en sus esfuerzos de posicionar el evento en el público adulto joven.

  Cualquier evento histórico, personaje o acción necesita del marketing para su permanencia en la mente de los consumidores. Para el caso que nos ocupa es una propaganda, una acción de comunicación, que busque vender un concepto ideológico. Para lograr algo eficaz y de alto impacto, es importante definir qué deseamos comunicar, cuál es el público objetivo y los medios que necesito para llegar a la mente del consumidor, con una idea clara».

Los avatares nacionales no permiten que algunos políticos dominicanos reflexionen, descubran las razones de sus fracasos, de sus constantes vaivenes, de sus desvaríos teóricos. La mayoría rechaza sus propuestas o las ignoran y ellos persisten con sus actitudes. Ratifican con su obstinación el uso de la política como medio para tener nombradía y fortuna, y no como instrumento transformador.

Con tantos mecanismos a su disposición, para auscultar el sentir nacional, sus pronunciamientos son similares a los que permitieron su vigencia durante décadas pasadas. Hablan para los contemporáneos. Olvidan que, a pesar del crecimiento sin desarrollo, expuesto de manera contundente en el Informe Nacional de Desarrollo Humano, auspiciado por el PNUD, existe una población sin el pasado que los acompaña, sin las rencillas de otrora, sin los alardes éticos que se convirtieron en comedia. Proponen alternativas que no son tales. Su lenguaje está plagado de referencias ininteligibles para la juventud que crecía cuando agonizaban los paradigmas. Se ignora contra qué luchan o contra quién, tarde o temprano todos coinciden, alrededor de una mesa y negocian. 

Los tres grandes líderes del siglo XX obviaron el relevo. Sólo Juan Bosch se preocupó por la continuidad y logró, sin proponérselo, que Joaquín Balaguer validara a Leonel Fernández. La desmovilización social, la disminución dramática de la membresía del Partido Reformista Social Cristiano y el desgaste del Partido Revolucionario Dominicano, permiten que el Presidente y su partido se adueñen del escenario.

Aunque algunos auguran la desaparición del sistema de partidos, el electorado avala las franquicias, cree que democracia es votar por «el menos malo», sin esperanzas de cambio y menos de soluciones. Los datos permiten afirmar que la existencia de los partidos políticos no peligra. Tanto la prestigiosa encuesta Demos,  Centro de Estudios Políticos y Sociales, PUCMM,  la Gallup Hoy, la CIES UNIBE, concuerdan, cuando registran el porcentaje que reafirma la vinculación de la ciudadanía con los partidos 62%.

El descenso de la aceptación colectiva de unos y el escaso crecimiento de otros, no atenta contra la vida de los tres grandes. «Los otros» no logran trascender. Sondeos sucesivos confirman que el Partido Revolucionario Independiente, PRI, el Partido Nueva Alternativa, la Alianza por la Democracia, no consiguen superar el 1% de simpatía. La única brecha es la creciente cifra de abstención que, de acuerdo con las encuestas, ronda el 26.9%.

¿Permite la realidad ponderar una opción que procura ser distinta? ¿Cuán diferente puede ser una agrupación política conformada por disidentes de los partidos del sistema o por hombres y mujeres portadores de discursos redentoristas, sin provisión suficiente de seguidores y sin contacto social más allá del entorno que enceguece y atrapa. ¿De cuál propuesta innovadora, serán portadores los dirigentes que, durante más de tres décadas, desempeñaron funciones públicas, pactaron, sin preocuparse por cambiar el estilo perverso de perpetuarse en el poder? ¿De cuál, si aprovecharon la indigencia de la mayoría y los vicios y culpas de la minoría impune, encargada de administrar la cosa pública como si fuera privada? ¿Sabrán establecer la relación necesaria con aquellos que se desarrollan sin empeñar sus aspiraciones, ajenos a la consigna de ocasión o a la bullanguera coyuntura electoral?

Sergio Ramírez ha sido sincero hasta el desgarro. Como escritor y político, el antiguo vicepresidente de la Nicaragua Sandinista no titubea cuando encara errores pretéritos y endilga a sus pares conductas que pretendían corregir. Reconoce que no aprovecharon la oportunidad. Evoca la revolución y su gestión «como los amores perdidos. Algo que busqué y no logré encontrar. Ya no es más una razón de vida…».

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