Mi tío, don Elpidio Puello Morató, conocedor profundo del Derecho Civil, me decía que, de escribir, publicaría solo dos volúmenes; el primero se titularía: “El hombre, lo más grande de la creación” y el segundo volumen se titularía: “El hombre, lo más execrable de la creación.
Su visión de la humanidad, a lo largo de su fructífera vida, le permitió ver desde las cumbres más excelsas, hasta las simas más profundas del alma insondable.
Con el paso de los años, convengo con don Elpidio en que hay acciones que sirven como ejemplos del bien y hay acciones que sirven para ser mostradas como modelos del mal.
Tomemos por caso, las elecciones para escoger una o varias personas a ocupar desde la simple directiva de un club cultural de barrio hasta la Presidencia de la República. En todas las elecciones conviven la buena fe y la bajeza, la altura de miras y el pensamiento y la acción de las cloacas.
En una palabra, es el hombre lo más excelso y lo más execrable. Siempre habrá quien actuará honradamente pero también el mal tendrá su desagradable presencia.
Al final de cada elección, unos quedan complacidos y otros disgustados. Unos actuaron correctamente y otros usaron toda suerte de trampas, quisondas, bajezas, para obtener el trofeo, no el triunfo. Al fin y al cabo, lo que se busca es el trofeo, no la competencia en buena lid, de ahí que muchos entienden que en el juego se permite de todo.
El sistema electoral, como toda obra humana, siempre es perfectible. Se persigue organizar todo el proceso para que se desarrolle dentro de la más estricta pulcritud, desde la inscripción de los partidos, la revisión del padrón electoral, la organización y puesta en marcha del día de las votaciones, hasta el conteo final que determinará quiénes han sido electos por el voto popular.
Hasta ahí vamos bien. Previo al inicio de las votaciones, desaprensivos, con las manos llenas de dinero facilitado, con malas artes, por el Gobierno, o fruto de la corrupción, hacen presencia y, a comprar voluntades. Antes, se forzó para que las autoridades de las mesas electorales fueran escogidas entre miembros del partido organizados y decididos.
El pueblo vota de manera organizada y respetuosa; la otra gran trampa actúa al momento de contar los votos.
Delegados de los partidos son sobornados y firman formularios en blanco, donde aparecen como ganadores candidatos del partido contrario.
El grito no se hace esperar, todos los índices apuntan hacia una sola cabeza: la Junta Central Electoral. La corrupción está en todas partes. La pudrición avanza y sigue avanzando en el país. Razón tenía mi tío Elpidio