La palabra blanda: ungüento contra el desamor

La palabra blanda: ungüento contra el desamor

Siendo adolescentes, teníamos un vecino mecánico a quien, a pesar de su mal carácter, apreciábamos mucho, y que cuando alguien lo estorbaba mientras trabajaba, rezongaba: “No me molesten, que tengo calor”. Todos sabíamos que esa era una seria advertencia.

Recientemente quise llamar a un amigo a quien hacía algún tiempo deseaba saludar. Le pedí a nuestra asistente que, cuando pudiese, lo localizara por teléfono; pero la comunicación me llegó en un momento en que, muy apurado, hacía una tarea complicada. Solamente después que terminé de hablar con él, me di cuenta de que desde dentro de mí, el que habló, fue un funcionario ocupado y rudo, que no fue ni remotamente lo amable y afectuoso que yo deseaba ser con mi amigo.

Esa experiencia me hizo pensar en las muchas veces en que “uno, que no es uno”, le habla a otra persona, en la calle, en el trabajo o en el hogar. La mamá enojada que le grita al niño su nombre completo y asume el rol de correctora inconmovible y severa. La esposa, con la que uno suele tomarse la libertad de hablarle de manera descompuesta, sin siquiera endulzar un poco el tono de la voz y hasta sin mirar que es a ella, la amada de siempre, a la que me estoy dirigiendo con esa aspereza que ni yo mismo reconozco como mía. No todos tienen la capacidad de recomponerse, de hacer aprecio de la situación y los hechos, y luego colocarse en el rol y la actitud correctos para reaccionar o contestar, o, simplemente comunicarse con la otra persona.

Los que nacimos hace algunas décadas, somos más susceptibles a que se nos trate y se nos hable desde una actitud y rol incorrectos. Nos gusta sentir que el interlocutor se fijó en nuestra edad y apariencia, y, como quien dice, esperamos cierta pleitesía. Por eso a veces nos molesta cuando una recepcionista nos pregunte de qué empresa o institución provenimos.

Lo ideal sería que todos nos habláramos siempre de tal manera que el otro sepa, inequívoca e invariablemente, que le hablamos desde nuestro corazón, desde el amor que Cristo mandó a primar en nuestros corazones. Y que todos entendamos que el único pecado y falta verdadera es la falta de amor. San Pablo dice que el amor cubre multitud de pecados, que el amor cumple la ley y la justicia de Dios. Por eso el poeta escribió: “Para que tú me oigas, mis palabras se adelgazan a veces, como las huellas de las gaviotas en la playa”, y dijo en otro lugar, que el amor es lo que sostiene el techo de la primavera.

Amado Salcedo, un mecánico, alguien lo interpeló para pedirle algo (tengo calor). Las personas hablamos desde roles, el cristiano es el rol más importante de su personalidad social.

 

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