Nos “humildizó”, es decir logró hacernos a todos más humildes en términos de conducta, trato, convivencia y forma de pensar. El término es de la autoría de un gran amigo, Mario Emilio Pérez, al invitarme a su programa de televisión. El afán desmedido por lo material, la altanería, la arrogancia, la petulancia etc., han cambiado pues esta experiencia viral, la cual nos ha puesto a todos a reflexionar, y nos ha ayudado a darnos cuenta de que aquella desbocada carrera por lo material era un error, que la vanidad es cosa secundaria, que la sencillez da más placer para vivir. La pandemia nos recordó a través de queridos amigos que ya partieron que somos frágiles y finitos.
Hoy por esa “humildización” somos más tolerantes, más dados a respetar y querer al otro, nos ha hecho ser más empáticos, aprendimos a valorar las cosas sencillas, que antes por la vorágine en que vivíamos no nos dábamos cuenta que estaban en nuestro alrededor. Por igual nos ha enseñado, que cuando abusábamos sin control de los placeres materiales, era casi un suicidio. Por todo lo vivido hemos tenido que usar nuestras facultades mentales superiores para manejarnos en la pandemia, nos enseñó que los trapos y la vana presunción son secundarios y eso mismo nos ha llevado a apreciar en estas circunstancias todo lo que es real y verdaderamente grande: lo noble, generoso, bello, y simple.
El encierro, la ansiedad, el temor, el distanciamiento, la angustia, todo lo que ha implicado esta pandemia nos ha permitido reflexionar y ha puesto en juego nuestros más complejos recursos cerebrales para afrontar con éxito esta condición que ha cambiado la vida de toda la humanidad.
Nos ha permitido rememorar en el confinamiento algunas de las cosas gratas que hemos vivido: jugar con mis nietos en reunión familiar (lo máximo), leer un buen libro es motivante, el contemplar los bellos paisajes del amanecer y del atardecer, recordar una impresionante obra de arte como la capilla Sixtina o el David de Florencia, rememorar el escuchar la música placentera esa como la Vida en Rosa de la Piaf, interpretada por un acordeonista en Montmartre, para luego cenar exquisiteces con un buen tinto en el restaurante Le Pré Catelan. Recordar a Ella Fritzgerald junto a Louis Armstrong con su Wonderful World en el Royal Albert Hall de Londres. Disfrutar en el teatro Colón de Buenos Aires de un concierto de música argentina autóctona. Por qué no, el paladear una copa del gratísimo vino tinto Petrus con buenos amigos.
Recordar a Lope Balaguer con sus arenas del desierto, escuchado delectando con hermanos fraternos en Jarabacoa o Palmar de Ocoa. Disfrutar el famoso ceviche de pescado con batata en el elegante restaurante Maido de Lima, Perú. En Dubái, deleitarme con los chorros artísticos de la fuente del Burj Khalifa.
Celebrar mi cumpleaños en el restaurante Drolma de Barcelona. La naturaleza humana tiende solo al bienestar, los momentos malos no se recuerdan tan rápidamente como las experiencias gratas. Pero debemos hoy: aumentar la empatía, la resiliencia, la inteligencia emocional y colectiva para poder sobrevivir, con la esperanza de que pronto vendrá la normalización. Pero una cosa sí nos ha enseñado a todos esta pandemia, ¡es la “humildización”!