La paradoja de los electores

La paradoja de los electores

Diversas encuestas de opinión pública realizadas en la República Dominicana en los últimos 10 años demuestran que la mayoría de la ciudadanía no confía en los partidos políticos y que tiene una valoración negativa de las intenciones y acciones de los políticos.

Por otro lado, los datos de participación electoral reflejan que un porcentaje elevado de los electores dominicanos ha votado en las elecciones de los últimos 25 años, y los datos de intención de voto de las encuestas recientes indican que también un porcentaje alto votará el próximo 16 de mayo. La gran mayoría de estos electores han votado y dice que votará de nuevo por uno de los tres partidos mayoritarios: el PLD, PRD y PRSC.

¿Cómo explicar esta paradoja de los electores dominicanos que desconfían de los partidos y sus políticos, pero asisten masivamente a las urnas y ofrecen su apoyo a esos partidos y políticos en las elecciones?

Considero que cuatro factores fundamentales explican este fenómeno que parece contradictorio: 1) el fuerte liderazgo carismático que ejercieron los líderes históricos de los tres partidos mayoritarios (Bosch, Peña Gómez y Balaguer); 2) el perfil ideológico que le imprimieron a sus organizaciones esos líderes, 3) la confrontación entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo que definió los parámetros de la política dominicana en el pos-trujillismo, y 4) el amplio sistema clientelar que estructuraron sobre todo el Partido Reformista y el PRD.

Entre 1966 y 1986, dominó en la República Dominicana la bipolaridad partidaria con el Partido Reformista y el PRD. Balaguer le imprimió a su partido un perfil reformista-conservador mediante el cual logró cautivar una amplia base social multi-clasista, ubicada sobre todo en las zonas más rurales del país. El desarrollismo, el clientelismo, la corrupción, y la represión fueron instrumentos políticos utilizados ampliamente en ese proyecto político.

Durante los 12 años del balaguerismo, el PRD afirmó su perfil democrático-populista (más tarde llamado social-demócrata), captando un amplio sector, también multi-clasista, de las fuerzas políticas progresistas opuestas al balaguerismo. Lo hizo con una maquinaria partidaria bien organizada en todo el territorio nacional, y con un fuerte liderazgo político a todos los niveles de dirección del partido.

[b]DIVERSIDAD EN EL LIDERAZGO[/b]

A diferencia del Partido Reformista que contaba sólo con la opción de Balaguer como candidato, el PRD produjo una diversidad de líderes (Guzmán, Jorge Blanco, Majluta) que pudieron reemplazar a Peña Gómez en sus aspiraciones presidenciales pospuestas durante los primeros años de la transición democrática. La diversidad en el liderazgo político del PRD causó fuertes tensiones al partido entre 1978 y 1986, pero también le facilitó la renovación de las opciones electorales durante esos años. Y mientras esos líderes perredeístas luchaban por la conquista y el ejercicio del poder del Estado, Peña Gómez seguía imprimiéndole al PRD un sentido de misión histórica, social y democrática.

La crisis política que sacudió el partido y el gobierno del PRD a mediados de los años 80, le abrió las puertas electorales al PLD que comenzó a registrar un ascenso en las votaciones en 1986. Ante los fracasos del PRD en el gobierno y el retorno de Balaguer al poder en 1986, el PLD llenó el vacío político-electoral que había dejado el PRD sumido en una crisis. Para 1990, la polarización entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo (con un PRD debilitado) infló los votos del PLD, partido que todavía permanecía en su virginidad política y disciplina ideológica que le había impuesto Bosch desde principios de los años 70.

Las disputas electorales del 1990 y la declarada victoria de Balaguer en las elecciones de ese año, volcaron la política dominicana a parámetros conocidos en los 12 años del balaguerismo, donde primaba la sospecha y la práctica del fraude electoral. Así, las elecciones de 1990 y 1994 estuvieron contaminadas con las acusaciones de fraude y disputas electorales.

Pero la emergencia del tripartidismo permitió que se mantuviera la vitalidad electoral en la confrontación central de la política dominicana entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo. Por eso los votos de 1990 y 1994 no se mantuvieron estáticos. Fluyeron del PRD al PLD en 1990 y del PLD al PRD en 1994, en ambas ocasiones condensando esos dos partidos las fuerzas electorales anti-balagueristas, a pesar de las diferencias irreconciliables de los líderes de esos partidos.

La toma de control de la dirección del PRD por Peña Gómez, que se afirmó después de las elecciones de 1990, es el factor crucial que explica por qué muchos de los votos que habían migrado al PLD en 1990 volvieron al PRD en las elecciones del 1994. Esa migración del voto reflejó fundamentalmente que se mantenía viva la confrontación entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo, y que el liderazgo popular de Peña Gómez y el PRD era más fuerte que el de Bosch y el PLD.

La existencia de dos partidos (PRD y PLD) que tenían la posibilidad de captar el voto anti-balaguerista es crucial para entender por qué las elecciones dominicanas mantuvieron un alto nivel de dinamismo a fines de los años 80 y en los años 90, a pesar de las malas ejecutorias de los gobiernos y de la creciente negativa opinión de los electores sobre los partidos y sus políticos.

En los años 90, la vitalidad de los procesos electorales dominicanos también se vio favorecida por el creciente movimiento de la sociedad civil por la transparencia electoral después del fiasco de las elecciones de 1990 y 1994. Esa mayor incidencia de la sociedad civil en los procesos de reforma política y observación electoral le infundió un dinamismo inesperado a las elecciones. Es así como en 1996 y el 2000 la República Dominicana registra altos niveles de participación electoral, 77% y 76% respectivamente, y un sistema de partidos estable, cuando en muchos países de América Latina los partidos colapsaban.

El ciclo político dominicano que se fundamentó ideológica y electoralmente en la confrontación entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo se cerró con el triunfo del PRD en las elecciones del 2000 y con la muerte de Balaguer en el 2002. El ascenso electoral del PRD que había comenzado en las disputadas elecciones de 1994 y se bloqueó con la formación del “Frente Patriótico” en 1996, se materializó con las victorias del PRD en las elecciones congresionales y municipales del 1998, las presidenciales del 2000 y las congresionales y municipales del 2002.

Tanto el PRD como partido, como Hipólito Mejía de candidato presidencial en el 2000, se beneficiaron del trabajo de unificación partidaria que realizó Peña Gomez en los años 90, del sentido de injusticia política que había generado el bloqueo del triunfo de Peña Gómez en el 1994 y en el 1996, y de su muerte a destiempo en 1998. También se benefició el PRD en esos años de la decadencia biológica de Balaguer y de las limitaciones partidarias del PLD.

Consciente del vacío de liderazgo que dejaba Peña Gómez en el PRD, y de la diversidad y conflictividad del liderazgo político de ese partido, una vez electo candidato presidencial, y sobre todo, después de asumir la Presidencia de la República, Mejía inició el proceso de imponer su liderazgo en el partido.

En sus inicios, el proyecto consistió en incorporar la mayor cantidad de líderes y militantes perredeístas a su proyecto clientelar desde el Estado. Luego surgió el PPH como facción oficial. Y más adelante, cuando las aspiraciones reeleccionistas de Mejía se hicieron públicas, tuvieron que recurrir a mecanismos de dudosa institucionalidad para desplazar a los otros aspirantes a la nominación presidencial por el PRD. Así ocurrió con la convención del partido que eligió a Mejía como candidato sin el concurso de los líderes legítimos del PRD que aspiraban a la nominación.

[b]LA CRISIS ECONOMICA COMO DETERMINANTE[/b]

Todo el poder electoral que obtuvo el PRD entre 1994 y el 2002 se pone a prueba en estas elecciones por la crisis económica e institucional sobre la cual ha presidido Hipólito Mejía. Aunque el clientelismo político le ha permitido mantener su hegemonía en el liderazgo del partido y también acumular fuerzas electorales en las últimas semanas, la crisis económica le impone límites a la expansión de la popularidad electoral del Presidente Mejía y a la fortaleza de su liderazgo político en la actualidad.

Esa misma crisis económica ha contribuido a generar nuevas energías electorales que dan cuenta del alto nivel de intención de voto que muestran las encuestas realizadas en los últimos meses. Esa misma crisis económica da cuenta también de la alta popularidad electoral de Leonel Fernández, quien fuera el ultimo presidente en gobernar el país en tiempos de relativa prosperidad.

Ya no están los líderes históricos de los tres grandes partidos, ya no domina en la política dominicana la confrontación entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo, ya no hay proyectos ideológicos demarcados entre conservadores y progresistas. Pero quedan todavía los partidos (unos más fuertes que otros) que forjaron esos líderes del pos-trujillismo (Bosch, Peña Gómez y Balaguer), y se enfrentan el 16 de mayo como punteros en las elecciones los dos líderes más forjado del pos-balaguerismo: Leonel Fernández e Hipólito Mejía.

La paradoja de los electores de crítica por un lado a los partidos y sus políticos, y de apoyo a ellos en las elecciones, es pues entendible. Se explica por la fortaleza del sistema de partidos políticos que forjaron los caudillos del pos-trujillismo, por la centralidad que tuvieron las elecciones en la confrontación entre el balaguerismo y el anti-balaguerismo de 1966 al 2000, por el sistema clientelar del cual se beneficia ampliamente en la actualidad el PRD, y por la actual crisis económica e institucional actual que empuja un amplio segmento del electorado a buscar nuevos horizontes en vez de optar por la apatía o la abstención electoral.

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