Pienso, por tanto existo. Pensar prueba que el yo existe. Mi yo (ego) se me hace consciente cuando algo-que-no-soy- yo, me amenaza, otras personas, el medio ambiente, me dan cuenta de que soy un individuo, diferenciado y separado de otros. El ego se amilana o se expande en función de las necesidades de sobrevivir en un medio generalmente hostil, que se me niega a mis deseos y necesidades. Percibimos nuestro yo a partir de la forma en que los demás reaccionan a nuestros actos. Los demás son como espejos, nos muestran nuestras facetas buenas y defectuosas.
Mi hija Karina, a los dos años, levantó un dedito para decirme “no”, posiblemente su primer acto de autoafirmación. Nuestro yo es un mecanismo que equilibra impulsos, instintos y necesidades individuales con las demandas del yo colectivo, la sociedad. Un equilibrio dinámico, inestable, a menudo precario.
Individuo, sociedad y nación necesitan identidad, diferenciación. Mecanismos de concienciación, defensa y adaptación para crecer y desarrollarse. Pero a la vez mecanismos de auto limitación y de sometimiento al nosotros, para que perviva la colectividad, la especie. La delincuencia, la traición, conspiran contra la colectividad, la homosexualidad, contra la especie. Esta es culminación del egocentrismo posmodernista, de la cultura del placer y el consumismo-capitalismo globalizado.
Paradoja: El ego debe crecer y perpetuarse en la prole, en el colectivo y en la especie; pero a la vez sacrificarse por la sociedad y la especie.
La cultura occidental ha del ego un fin en sí mismo, colocando al individuo por encima de la sociedad y de Dios.
Se trata del nuevo homo ególatra, centro del universo y razón de ser de todo lo que existe. Una ficción de la mentalidad pequeño burguesa posmodernista, que niega a Dios y el interés nacional, colectivo y de la especie. Que reduce el concepto de justicia social al de derechos humanos, el de cultura nacional al de folklore; y el de Dios al libre albedrío. Desde luego, esa ficción solamente satisface a las clases medias de los países capitalistas más avanzados. Aunque siempre fue esa la concepción del mundo, vida, estado y especie de las clases y grupos dominantes. El Estado soy yo, dijo el rey; emperadores griegos y romanos se declararon eternos, augustos, dioses. Nuestros neoliberalistas han generalizado a su clase transnacional dicha cosmovisión.
Consumismo, auto complacencia, masturbación zen-budista de lo espiritual, ausencia de justicia social, castración de pobres, promiscuidad sexual y relativismo moral; son apenas algunas derivaciones de la hipertrofia del ego occidental, de su idolatría perpetuadora del sí mismo. El ego armonizador y con vocación de sujeción a los fines de la nación, la especie y del plan de Dios, ha sido desnaturalizado, sustituido, falseado.
Dios se presentó a Moisés como “YO-SOY” (Yahvé), el Ego Supremo. (Lo demás es realidad derivada, creada, inferior). Paradoja: Dios quiere que nuestro yo crezca, pero que luego renunciemos al yo. Contrariamente, ocurre que el yo humano intenta desplazar al Yo Supremo. Dios entregó una viña a cada cual. Unos le pagan poco tributo o se niegan a pagarle. Otros procuran eliminarlo.