La paranoia de la reforma

La paranoia de la reforma

Apenas cinco meses después de la  firma de la Constitución de los Estados Unidos de América en el verano sofocante de 1787 en  Filadelfia, George Washington le escribía a Lafayette –el “héroe de los dos mundos”- compartiendo sus impresiones.

Fue un pequeño “milagro” – le comentaba- que delegados de estados tan diferentes en costumbres, circunstancias y perjuicios lograran formar un sistema de gobierno nacional,  pese sus diferencias de criterios. 

Washington en su correspondencia, sin embargo,  no hizo mención alguna a su inicial renuencia a asistir a la convención que se iniciaba en mayo,  pues al mismo tiempo y en la misma ciudad,  los presbiterianos habían organizado una reunión “continental” y, sobretodo,  la Sociedad de Cincinnati, que agrupaba a los veteranos de la Guerra revolucionaria.

Más que la primera,  era esta última  la que creaba inquietud: siempre los veteranos se consideran una amenaza política. Lo peor era que el general Washington había sido antes escogido presidente de la sociedad

A fuerza de mucha insistencia fue que Washington,  finalmente,  accedió  a participar manejándose con gran prudencia cuando se planteaba el tema de la sociedad  de veteranos. Asistió pese a su duelo por la muerte de su hermano querido y el reumatismo que lo había inmovilizado en los meses anteriores.

En nuestro país, contrariamente,  un milagro como el de Filadelfia no se ha producido en nuestras constituyentes;  ni menos todavía el General Pedro Santana hizo gala de prudencia y delicadeza evitando imponerse, con la fuerza  como lo hizo, a los constituyentes de San Cristóbal en 1844. 

Todavía hoy luce alejada cualquier posibilidad.  Constituyente o Revisora continua siendo el aut-aut.

En la oposición, o cuando no se dispone del  control congresional, se iza la bandera de la Constituyente;  desde el gobierno la de la Revisora.

Esta discusión es inmune a los razonamientos. Lo que cuenta es el control para imponer reglas y criterios.  Ahí entonces donde radica el desacuerdo.

Se empezó a hablar en serio de reforma constitucional  solo después de desplazar en la elecciones del 2006 a  la “dictadura de la mayoría” que para el Presidente Fernández era el mal y la rémora para su “revolución democrática”. Hay, sin embargo, más  paranoia que temores reales a la reforma anunciada.

La reelección es un tema sinfín.

Ya se verá cómo llega el proyecto al Congreso o  cómo se intenta cambiar en las discusiones. Más allá de ese aspecto tan sensible, hay  muchos otros en los que puede haber entendimiento. La constitución americana no fue el resultado de un gran y previo acuerdo político. Fue más bien el producto de una serie de compromisos puntuales pero actuados con nítida visión política.

El asunto no es lo que puedo, como partido,  conseguir ahora.  Sino de qué podría disponer en la oposición, en la que puedo estar mañana, y qué garantía tendría para que el gobierno no me castre.

Es un asunto de pensar en el hoy,  en el mañana y en el pasado mañana. Si por ahí caminamos quizás podríamos acercarnos al milagro.

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