A medida que se acelera la campaña electoral, y cada miembro del gobierno se involucra más en la misma, descuidando sus obligaciones primarias, nos bombardean con las denuncias más desesperadas para acusar a las más diversas entidades nacionales e internacionales, de campañas de descréditos bien orquestadas y dirigidas.
No es de extrañar, por las tantas ruedas de prensa y declaraciones oficiales denunciando tal o cual entidad denostando en contra del gobierno, y por consecuencia, en contra del país, se pierde en el fragor de las pasiones políticas encaminadas hacia las preferencias por las dos candidaturas con mayor atracción popular.
Pierde su validez la masiva campaña de prensa que emprende el gobierno, con sus numerosas bocinas bien pagadas aposentadas en todo el espectro de las comunicaciones, para hacer ver de cómo hay entidades empeñadas en presentar al país como violador de todo y patrocinador de las travesuras en contra de los fondos públicos. Es una realidad inocultable las actuaciones oficiales centradas en torno a la ostentación y menosprecio de la ciudadanía.
El gobierno pretende, mediante insulsas ruedas de prensa, denunciar que hay entidades empeñadas en desacreditarlo, pero no recibe la aceptación de la credulidad de parte de la población, por conocer, desde hace tiempo, de cómo han querido manipular la opinión presentando sus falsas verdades de grandes realizaciones que chocan de frente a una realidad insoslayable de la violencia desencadenada, de aumento de inmigración ilegal, de la pérdida de empleos con el cierre de negocios diversos, arrollados por los más grandes, aumento de los viajes a Puerto Rico y una mayor popularidad del negocio de las drogas.
Resulta preocupante de cómo casi cada día el jefe de la Policía Nacional anuncia el encarcelamiento o cancelaciones de sus alistados y oficiales que se involucran en diversos hechos delictivos que afectan a la población civil. Así se reafirma la percepción de la ciudadanía, que encontrarse de frente a un policía es motivo de pánico por temor a ser atracado. Y más ahora que la abundancia de patrullas por doquier ha abierto un abanico de necesidades policiales que andan a la cacería de un dinerito para cubrir sus necesidades de comer o beber.
Personalmente a mí una patrulla, que se ubica en la avenida Luperón, al norte de la Estancia Nueva u Olof Palme, me tienen las señas cogidas, desde que ven mi vehículo, me detienen con su mala costumbre, herencia de Trujillo, de un interrogatorio para dónde usted va, qué hace por esa zona, vive por aquí y si lleva arma de fuego. La primera vez es de saludo y las próximas veces es para pedir una cooperación con los demás miembro de la patrulla rodeando el vehículo con caras sonrientes y más cuando resultan premiados.
Todo eso encaja para desmentir a las autoridades cuando denuncian a las entidades que acosan al gobierno. Los funcionarios desesperados devuelven con una artillería como inocentes que no han pecado y son víctimas de la infamia de los organismos nacionales e internacionales, que ya quisieran ver instalado en el país un verdadero estado de derecho y no la pantomima de ahora que mientras nos pintan un paraíso al estilo de un Nueva York chiquito, sus miembros le hacen la vida imposible a los gobernados con sus más variadas truculencias.