La parte posterior del decorado

La parte posterior del decorado

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Las ciudades son como las monedas: tienen anverso y reverso. Cada lado de una ciudad nos revela un trozo esencial de la vida, de la historia, de las relaciones sociales, de la economía, de las artes. New Orleans, por ejemplo, la ciudad a la que se tiene como cuna del jazz –gemela de Saint Louis en la creación del folclor musical de los negros de los EUA–, presenta una cara en las noches y otra cara en las mañanas. Por la noche hay artistas que tocan el banjo, la trompeta o el saxofón.

Los salones de jazz tradicional se llenan de turistas para escuchar a un virtuoso del trombón de vara, a un pianista de Alabama, a una vieja cantante de voz cascada. En los restaurantes de New Orleans se sirve continuamente la famosa sopa gumbo, con semillas de molondrón flotando, camarones pequeños y cebollas blancas cortadas en arcos diminutos. La sopa llena el aire con su olor característico: revitalizador, optimista, generador de alegría. El antiguo ‘french quartier’ de New Orleans es hermoso desde cualquier lugar al que usted se asome: da lo mismo contemplar la catedral de Saint Louis desde el río Mississippi que desde el pasaje de Pere Antoine, esto es, de lejos o de cerca. La famosa plaza llamada Jackson Square es un hormiguero de gente estrafalaria, de dibujantes, mercaderes, vividores. Las noches de New Orleans constituyen brillantes espectáculos: gastronómicos, musicales, folclóricos, arquitectónicos. No acierta uno a comprender cómo se sostiene todo aquello.

Pero si usted se levanta bien temprano y camina por las calles casi desiertas de la ciudad, descubrirá que a esa hora salen de los sótanos de los restaurantes de la calle Bourbon cientos de galeotes cargando zafacones con las valvas de miles de ostras consumidas la noche anterior. Otros trabajadores negros penetran con docenas de cajas de cartón de bebidas que serán consumidas en la «próxima tanda laboral». A muchas de las personas que abren ostras en el hielo de las artesas de los bares les falta una falange. Las ostras se abren clavando un punzón en la unión de ambas conchas y a veces se hieren los dedos; el hielo donde almacenan las ostras les adormece los dedos, les dificulta la circulación de la sangre, y no perciben la infección hasta que es demasiado tarde. Amputar una falange salva el resto del dedo, garantiza la continuidad en el trabajo y facilita unas cortas vacaciones. Al examinar las costuras volteadas de la vida en Lousiana, usted puede pensar fácilmente que la esclavitud no ha concluido aun. Si escuchamos el melancólico blue titulado Basin Street, aprenderemos que ese antiguo lugar de la ciudad era una hondonada en la que se vendían esclavos durante la época colonial. Después el sitio se convirtió en un barrio popular, en asiento de músicos, prostitutas, vendedores de comida barata.

Muchísimos jóvenes universitarios de las universidades cercanas – Loyola y Tulane – acuden los fines de semana al french quartier a divertirse. Cuando terminan los cursos se alojan en pensiones e intentan aprender a tocar el clarinete. Todas las mañanas New Orleans queda anegada por los acordes de los ejercicios de clarinete que docenas de jóvenes soñadores soplan hacia el delta del Mississippi. Algunos de estos jóvenes aprenderán a tocar el delicado instrumento y podrán amenizar reuniones académicas cuando retornen a sus hogares y comiencen a ejercer sus honrosas profesiones. A medida que usted se aleje del centro de la ciudad irá escuchando más clara y coherente la voz del clarinete. Son otros aprendices mas avanzados, hijos de músicos y obreros, jóvenes asistentes o «mochilas» de los bares y cocinas. Si aprenden a tocar la trompeta quizás lleguen a ser como Louis Armstrong, el incomparable Sachtmo. Para eso hay que contar con una boca fuerte y unos pulmones poderosos. No es ese un sueño accesible a todo el mundo. El clarinete, en cambio, promete un puesto fuera de las cocinas del Antoine o del Galatoire, un destino que excluye abrir ostras y perder falanges, que añade el privilegio de disfrutar todos los días de una ondulante melodía que no fatiga el alma e invita a sonreír.

El revés de una buena música podría ser el dolor o la angustia del compositor que la crea, la desastrada vida del ejecutante que la interpreta. El rutilante decorado de las calles de New Orleans está en las fachadas de las casas – francesas y españolas – construidas por los hacendados esclavistas. Algunas de estas casas ostentan hoy en sus puertas docenas de timbres… que suenan en otras tantas habitaciones. Hay viejas mansiones convertidas en falansterios cuadriculados que solo contienen habitaciones para dormir. Es sumamente educativo visitar una ciudad con el tiempo suficiente para conocerla de frente y de espalda, para ver su anverso y reverso, el rostro bello de la fiesta y la cara arrugada del amanecer.

henriquezcaolo@hotmail.com

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