El evangelio de hoy, Juan 21, 1- 19, nos narra otra pesca milagrosa.
Al igual que en Lucas 5, encontramos a Pedro y otros discípulos cansados de una pesca fracasada. En el Evangelio de hoy, encontramos también el protagonismo de Pedro.
También aquí hay un milagro desde la barca de Pedro, quien se lanza impetuoso al mar para encontrar al Señor. Aquí también encontramos los panes y los peces, signos del banquete del Reino, solidaridad de Dios con las multitudes hambrientas.
Pero quien haya seguido de cerca la vida de los discípulos antes de la muerte y de la resurrección de Jesús, se sorprenderá de varios cambios efectuados. Ha nacido un nuevo acuerdo entre los discípulos. Pedro, dice: — voy a pescar–. Y los demás le responden: –vamos nosotros también contigo –.
Ahora los discípulos poseen un nuevo conocimiento de Jesús: “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”.
Puede leer: Los que crean sin haber visto
Notamos también un cambio profundo en Pedro. Ya no es aquél que fanfarroneaba: “aunque todos te abandonen, yo iré contigo hasta la muerte”. Jesús lo rehabilita con tres preguntas, contrapunto de sus tres negaciones. Pedro, ahora ya no responde alardeando, sino apoyado en el conocimiento de Jesús: “tú sabes que te quiero”. Ahora, él que sabe es Jesús.
Sin duda el cambio más radical está por venir y Jesús se lo anuncia a Pedro: “cuando eras joven… ibas donde querías; pero cuando seas viejo… otro… te llevará adonde no quieras”. Y el pasaje termina con el mismo “¡sígueme!” del comienzo. Es el mismo Señor, pero otro Pedro.
Jesús preso no metió a nadie en problemas. El resucitado nos sale al encuentro para enviarnos en misión a donde tal vez no quisiéramos ir.