La última representación fílmica de la Pasión se acaba de estrenar el miércoles de ceniza, 25 de febrero: La pasión de Cristo dirigida por Mel Gibson. La historia se centra en las doce últimas horas de la vida de Jesucristo, desde la agonía en el Huerto de Getsemaní hasta la muerte en cruz. Para Gibson se trata de la historia del más grande de los heroísmos, porque no hay amor más grande que dar la vida por los demás, y el protagonista es de excepción, un hombre extraordinario, Jesús. Los cristianos creemos que es verdadero hombre y verdadero Dios, que va consciente y voluntariamente a la pasión y muerte para salvar a los hombres, que muere a causa de nuestros pecados y para la redención de los pecados de todos.
De todos los hombres. No sólo por los pecados de los protagonistas de la pasión escenificados con gran arte por Mel Gibson: Judas lo traiciona, el Sanedrín lo acusa y condena injustamente, los discípulos lo dejan sólo, Pedro lo niega tres veces, Herodes se burla de él, Pilatos se lava las manos irresponsablemente, la muchedumbre, manipulada, pide a gritos su ejecución, los soldados romanos lo flagelan, humillan y crucifican sin piedad. Y entre todos los personajes, la presencia insidiosa de Satanás que desde el Huerto a la Cruz estará asechando los pasos de Cristo para ver si cede, si renuncia a su misión. Una presencia, dulce y fuerte, acompaña fiel e inocentemente a Cristo durante la pasión: María. Todos ellos son personas históricas, y también símbolos de la humanidad ante el drama inefable de la cruz abrazada con amor. Por eso, considerar a Mel Gibson antisemita, además de no ajustarse a la verdad, denota una visión ideológica del filme, que distorsiona y se aleja del sentido querido por el director y los actores.
Mel Gibson repite, convencido, que ha hecho una película que corresponde a la verdad de los hechos históricos , que es conforme a lo que los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento nos cuentan sobre la pasión y muerte de Cristo y que quien espere un relato fiel a la vida de Cristo no saldrá decepcionado. Con la intención de ser lo más fiel posible a la historia real, la película ha sido rodada en dos lenguas muertas, latín y arameo. No será doblada, de forma que, en cualquier rincón del mundo, el espectador asista a la pasión de Cristo escenificada en las mismas lenguas que, según Mel Gibson, se hablaban en tiempos de Jesús.
A la vez y sin ningún reparo, el famoso actor y director admite que en algunos pasajes se ha inspirado en las visiones de una religiosa alemana en proceso de beatificación, Anna Katharina Emmerick (1774 1824) y en otros místicos de la pasión. Su opción por la crucifixión de las manos y no de las muñecas, como parece más probable históricamente, la justifica débilmente: La posibilidad de que Jesús haya sido crucificado en las muñecas tiene fundamento, pero la tradición ha representado a Jesús con heridas en las manos y, a lo largo de la historia, los santos que recibieron los estigmas del Señor, los presentaron también en las manos
Un artista en la creación de su obra es libre de tomar muchas opciones artísticas. Cabe, sin embargo, preguntarse por qué motivo Mel Gibson introduce elementos ajenos al Evangelio o a serios estudios históricos sobre el tiempo de Jesús, si su intención es presentar la pasión como fue. Esta pretensión de completa historicidad, declarada repetidamente, puede justificar algunas intervenciones críticas de estudiosos de la Sagrada Escritura y de la cultura e historia del tiempo de Jesús. De otro modo, no se entiende esta preocupación, algo extraña, de los estudiosos por la ortodoxia histórica de una película.
El cardenal Darío Castrillón en su apreciación no da excesivo peso a las libertades del director porque parecen contribuir a mostrar el misterio que se revela esconde en los acontecimientos: Gibson ha tenido que tomar muchas opciones artísticas para conformar su retrato de los personajes y los acontecimientos que se dan cita en la Pasión, y ha completado la narración del Evangelio con las percepciones y reflexiones hechas por santos y místicos a lo largo de los siglos. Mel Gibson no sólo sigue rigurosamente el relato evangélico, dando al espectador una nueva apreciación de esos pasajes bíblicos, sino que, gracias a sus opciones estéticas, ha hecho una película fiel al sentido de los Evangelios, tal y como los interpreta la Iglesia.
De hecho, en esta película, como en toda obra artística hecha por un creyente, historia, fe y arte parecen inseparables. El especialista en Sagrada Escritura, en cultura oriental, en teología espiritual o en arte cinematográfica podrá hacer un análisis minucioso de la obra y, sobre todo en la pretensión de fidelidad histórica, encontrar deficiencias. Un análisis de este tipo no es difícil. El mérito está en la síntesis artística, en la obra creativa de Mel Gibson, un artista creyente que, con los valores y límites subjetivos de su percepción espiritual, ha deseado ser fiel a la historia. La obra es extraordinariamente bella, si por belleza entendemos la manifestación sensible de la idea (Hegel); en este caso particular, la manifestación sensible de un misterio insondable de amor divino. Hubiéramos preferido que Mel Gibson no hubiera recurrido a las visiones de una mística, para comunicar la profundidad del misterio. Pero, por otra parte, ¿es tan grave haber recurrido a estos elementos? Es algo que no desdibuja los méritos artísticos de la obra, y que, posiblemente, no impedirá que logre los frutos pretendidos por su director, sus productores y varios de los artistas.