La Pasión de Pedro Voight

La Pasión de Pedro Voight

POR MARIANNE DE TOLENTINO
No se hace una gran obra de arte sin pasión. Con frecuencia definimos la pasión como desbordamiento de las energías, los sentimientos y las acciones, que escapa al control de la razón y por ese mismo exceso tiene resultados imprevisibles. No obstante, consideramos la pasión como un estado necesario y positivo que, salvo casos extremos, permitirá alcanzar un objetivo extraordinario.

Por otra parte, toda pasión conlleva sufrimiento físico, moral o afectivo, y el placer que puede comunicar es sólo una parte de la exaltación correspondiente.

Inmediatamente descubrimos la imaginería insólita de Pedro Voight, surge la palabra “pasión”, aun antes de que conozcamos el tema de su producción artística. Desfilan, delante de ojos deslumbrados, centenares de personajes, decenas de escenarios en una instalación descomunal, concebida y realizada por un erudito, artista y artesano a la vez. El autor de este conjunto grandioso ha elaborado una verdadera imaginería procesional, una puesta en escena impresionante con actores de excepción.

 Durante meses se ha desvelado hasta encontrar el esplendor requerido por la temática que eligió. De quien trabaja con tanto fervor, expresan que se entregó al arte como se entrega en religión: no podría calificarse con mayor acierto este proceso creativo.    

Recibimos la impresión de que Pedro Voight no logró detenerse en su gesta creadora, que él multiplicó las figuras, los materiales, los efectos plásticos, hasta el agotamiento de sus fuerzas y confrontado con el imperativo de las fechas en que debía terminar un conjunto monumental. Nos consta que así sucedió: el conocedor diseñador dominicano, desde que, frente al altar, tuvo una auténtica revelación, empezó a laborar, día y noche, sin descanso, compulsivamente. Finalmente Crear y Creer fueron las motivaciones irresistibles de esta apología religiosa.

Lector y estudioso de los Evangelios, el artista ha ido reconstituyendo, reinventando, reconstruyendo la vida de Jesucristo, epopeya mayor de la cristiandad.  La Pasión de Cristo se volvió la Pasión según Pedro Voight, un dominicano místicamente inspirado como innumerables artistas, anónimos y conocidos, al filo de los siglos.

 No se exagera al hablar de misticismo, pues la búsqueda de la belleza fue aquí una respuesta a la fe que el autor sintió y hoy anhela provocar en los contempladores. Tenemos ante nosotros una simbiosis de esculturas y objetos de devoción.

El ícono sagrado que, por definición y tratamiento estético, focaliza la atención es Jesucristo, plasmándose los sucesivos episodios de su itinerario terrenal hasta la Resurrección, pero cada protagonista del drama está elaborado con iguales medios y dedicación. El mismo esmero, los materiales más escogidos, las técnicas más exigentes se observan en cada personaje, en cada detalle. No hay figuras menores ni descuidos ornamentales: verdaderos cuadros escenográficos, en su espíritu, nos remiten a las Pasiones de la Edad Media, primera forma religiosa del teatro occidental, culminando en el Calvario y la Crucifixión. Ahora bien, el despliegue de los medios, muy importante para la receptividad del público, no sacrifica el patetismo de la historia.

No creemos que Pedro Voight haya querido, como objetivo preeminente de su versión artística de la Pasión, adoptar un determinado estilo. Es evidente el “mestizaje” que caracteriza el arte dominicano, en este caso entre clasicismo y modernidad –sobre todo para el decorado que rodea a los personajes-. Sin embargo, es una expresión de herencia barroca, ese barroco escultórico cuya temática predilecta, en los siglos XVII y XVIII, representó las escenas de la Pasión de Cristo.  Adscrita a un realismo sin rigidez dogmática, desea la mejor comunicación sensorial y espiritual y al mismo tiempo se preocupa por su libertad plástica.

A veces la vocación profesional del autor por el arte de los trajes se impone en algunas “muñecas”, entre lo fantástico y lo real, ataviadas con telas y bordados fastuosos, en la tradición de las imágenes “de vestir” y “de candelero”.  No obstante, tal vez por piedad y reverencia, la figura de Cristo, aun las de otros protagonistas cercanos en escenas mayores –por ejemplo el bautismo, el Monte de los Olivos, el camino de la cruz, el calvario o  la crucifixión-, se interpretan de cuerpo entero, aplicándose con virtuosidad patina y pan de oro a los relieves, e incluyendo rostro, torso, miembros, ropajes y objetos, particularmente las cruces.

Pedro Voight no percibe la discordancia de los estilos, sino la pluralidad interpretativa según lo que él siente.

No cabe duda de que el mejor momento para la presentación de esta obra contundente era la época navideña: la Pasión de Cristo, según Pedro Voight a todos dirige un mensaje de esperanza. ¿Y el arte, con sus formas, volúmenes y colores, no será una suerte de Eucaristía, sobre todo cuando se trata de escultura religiosa?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas