La Paternidad de Dios

La Paternidad de Dios

POR LEONOR ASILIS
«Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.

Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo”. (Lc 15,20-24).

Ante un Dios rico en misericordia, no podemos callarnos, y le diremos con San Pablo, Padre, ¡Padre mío!, porque, el Dios Todopoderoso, prefiere que le llamemos Padre, esa bella palabra con que nos apodero Jesús al mostrarnos a Dios, tal cual es: Nuestro Padre, como bien nos enseñó también, en el Padre Nuestro.

Hoy celebramos el Día de los Padres, ocasión propicia para felicitar a nuestros padres y a nosotros por la bendición de haber recibido tanto de ellos (en el de mis hermanos y quien les escribe, gozamos de la bendición de Dios al tener a nuestro padre que es un ser excepcional al que le expreso la inmensa gratitud de todo lo que ha sido, es y será para nuestras vidas). Asimismo y de forma especial, meditaremos sobre la paternidad de Dios (aspecto fundamental de nuestra vida espiritual) valiéndonos de este bellísimo pasaje bíblico sobre el Hijo Prodigo. Entre las características que adornan a un buen padre se encuentran el gran amor profesado hacia sus hijos, con el deseo y voluntad de querer lo mejor para ellos. Nuestro Padre Dios no es la excepción. Es el mejor ejemplo de estas cualidades. Volvamos a la Parábola, reflexionando en el punto donde el más joven de sus hijos le dice que le de la parte de la hacienda que le pertenecía. Escuchemos a Pablo Christiaanse : “Participando de las riquezas de la casa paterna, donde nada le falta, el hijo siente el orden que allí reina, como un yugo demasiado pesado, y el desea una completa independencia; el cree mejor el dirigirse por su propia voluntad, sin freno, que por la de su padre, y la posesión del dinero que le pertenece por su calidad de hijo, le parece el camino de la libertad”.

El estaba inconforme así, como muchos que vemos en la actualidad que murmuran contra Dios. Todos estos que no tienen la paz del corazón, atribuyan su falta a Dios.

San Agustín tiene unas palabras sobre la soberbia y la humildad que encajan perfectamente en este contexto. Veamos : « El principio de todo pecado es la soberbia; y el principio de la soberbia del hombre es separarse de Dios. Es para curar la causa de todas las enfermedades, que es la soberbia, por lo que bajó y se hizo humilde el Hijo de Dios. Tal vez te ruboriza imitar a un hombre humilde. Imita al menos al humilde Dios.

Decía Jesús: “No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Esta es la mejor recomendación de la humildad. La soberbia hace su voluntad, la humildad hace la voluntad de Dios”. El Hijo Prodigo no comprendía el amor de su padre. El hijo consideraba todo de la casa paterna, pobre y vacío para su corazón. Desdichado aquel que piensa que estar libre, para gozar de todas sus codicias, y de todas sus pasiones, es la verdadera libertad. 

Sin embargo, el Padre le repartió su bien. Suponemos que este hecho le produjo un gran dolor ya que veía la ingratitud del hijo al preferir su corazón el país lejano más que los cuidados del amor paternal, pero el amor no permite ninguna violencia; y el padre le concede lo que le pedía.

Ante las grandes calamidades y penurias que sufre el hijo menor luego de haber derrochado su fortuna en quién sabe que formas, se atreve, posiblemente con grandes temores, pero con la convicción que era la mejor alternativa de acción para su supervivencia se dirige hacia el Padre.

Veamos la reacción del Padre bueno. El padre de la parábola, le extiende sus brazos, aunque no lo merezca y lo colma de sus bienes. Así es Dios Padre con nosotros. No importa nuestra deuda. Solo hace falta que abramos el corazón, que tengamos deseos de volver al hogar con nuestro Padre, y el resto lo hará El.

Aprovechemos este gran día de los padres, para consagrar nuestro corazón a El, en este día cuando se celebrará la Solemne Eucaristía a las 12:00 m. en la Catedral de Santo Domingo, donde nuestro Cardenal López Rodríguez consagrará a la República Dominicana en presencia de las reliquias de Santa Margarita Alacoque.

leonor.asilis@verizon.net.do

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