La patria como agonía

La patria como agonía

 POR  FERNANDO I. FERRÁN
La obra de Manuel Núñez: Peña Batlle en la Era de Trujillo, que me sirve de telón de fondo a esta breve reflexión, se organiza a partir de dos propósitos:Primero, ser una “biografía intelectual” de Peña Batlle, en tanto que “hombre enfrentado ante el tribunal de la historia, con acusaciones, deposiciones y deliberaciones”.

Y segundo, pretende constituirse en “una historia de los intelectuales durante la Era de Trujillo” y por ello nos presenta un examen relativamente minucioso de un régimen totalitario, sin otra libertad que la de alabar y servir al Jefe.

A. Responsabilidad histórica

A lo largo de la voluminosa obra, Manuel Núñez nos presenta a un Peña Batlle más circunspecto y reticente ante el régimen trujillista que a un ser servil o incondicional de Trujillo.

“Peña Batlle perteneció desde 1942”, (–léase bien: no desde 1930 y en fecha bien posterior a la matanza de 1937–), “hasta 1952” (–es decir, dos años previos a su muerte natural, y casi una década antes del ajusticiamiento de Trujillo y del distanciamiento de éste respecto a la Iglesia Católica—) “a ese mentidero de hombres dotados de sapiencia, que llevaron su bagaje ideológico, que contribuyeron a contener las extravagancias y los extremismos del régimen, y que, durante las grandes crisis diplomáticas, lograron salvarlo del ostracismo internacional y obraron como un Consejo de Salomones”.

Como se sabe la pléyade de ilustres salomones que colaboraron con el régimen es impresionante. Pero adviértase  , de acuerdo al autor, tal colaboración no es sinónimo de complicidad con lo mal hecho:“Ninguno de los intelectuales consultores sabía qué iba a hacer Trujillo ni cuáles consejos seguiría”.

De ahí que sea objetivo apelar a las descalificaciones personales, como resulta ser el caso de aquellos que afirman que Peña Batlle es un hombre de “ideas falangistas”, “derechista” y otras descalificaciones lapidarias.Limpio el camino para una interpretación objetiva, ¿cuál es la tesis de este libro fundamental? Y, no se pierda igualmente de vista, ¿cuál su límite conceptual?

B. Tesis sobre la hispanidad

La tesis es consabida: la hispanidad como sistema cultural. “Somos una nación entroncada con la América hispánica.”

Lo dominicano, siendo de raíz hispánica, no está en la coloración de la piel, sino en la lengua, en la religión, en las creencias, en las costumbres, en la organización familiar, en la económica, en la política, en resumidas cuentas, en el sistema cultural.

Pero esa hispanidad es histórica. Y por ello Manuel Arturo Peña Batlle, dada la indiscutible presencia demográfica, social, política y cultural de Haití en territorio dominicano, e incluso en el imaginario colectivo internacional, se pregunta:

“¿Nos fusionamos con Haití? ¿Mantenemos la dualidad existente en la isla desde el siglo XVII?”

Sólo que, por falta de espacio, me limito a dejar constancia de ellas y remito a la lectura de la obra que comento para poder bosquejar por último lo que considero que es el límite histórico de la concepción hispánica que enarbola Peña Batlle. 

C. Límite de una tesis

Asumiendo que el sistema cultural dominicano es histórico, ¿podrá abrirse, adaptarse y llegar a integrar otra u otras culturas por efecto del libre comercio y del libre tránsito de las ideas y de las personas? O por el contrario, dado su carácter sincretismo, ¿lo hispánico de lo dominicano está llamado a desaparecer absorbido por la organización y por la cultura de otra sociedad, sea éste la haitiana o, por ejemplo, por una de esas que vagamente el pueblo dominicano denomina “de los países” como la estadounidense o alguna de las europeas?

De hecho he ahí la encrucijada histórica que como pueblo enfrentamos. Aquellas preguntas llegan, en el presente, circunscritas por dos extremos culturales: el encarnado por la sociedad haitiana y el personificado o escenificado por la sociedad anglosajona.

Pero  ¿en qué medida el hispanismo-dominicano, nos prepara al futuro? ¿Será éste haitiano, meramente apéndice de alguna de las culturas de los países o una nueva y más rica versión del dominicanismo-hispanoamericano? 

D. La orfandad del pueblo

Si se quisiera ahondar y ser más radical, con esas preguntas bastaría con relativizar, al margen ya de Peña Batlle, el impacto de la cultura hispana en la población criolla.En efecto, he argumentado en otros foros que la realidad más originaria de lo dominicano no es lo hispánico como pareciera ser por motivos de cronología histórica, sino la figura fenomenológica de la orfandad, dado el abandono en el que quedó el territorio occidental de la isla y el indiscutible desinterés de la metrópolis.



Pues bien, si acaso tuviera razón respecto a esa concepción fenomenológica, propia e inalienable a mi entender de la conciencia cultural de cada nacional, no creo que se justifique objetivamente, como lo hacen críticamente Peña Batlle y también Manuel Núñez, que la cultura-hispana es el núcleo originario a partir del cuál surge, se nutre y se desarrolla la identidad y la organización de la nación dominicana.


El debate sobre esta cuestión central está planteado, al tiempo que felicito a Manuel Núñez por el valor indiscutible de su obra. Estudio éste que invita a la reflexión a todos aquellos y a todas aquellas que reconocen en la lid intelectual y en las cicatrices de su propia conciencia, lo que a todos enseñó con su insigne ejemplo otro dominicano ilustre. Me refiero a Pedro Henríquez Ureña, quien cualquiera creería que se sabía contemporáneo y coetáneo de ambos Manueles, Peña Batlle y Núñez, cuando escribió:


“Yo sólo sé de amores que hacen sufrir y digo como el patriota: mi tierra no es para mí triunfo sino agonía y deber”.

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