La patria de las mujeres

La patria de las mujeres

Elvira Lora

Entre los diálogos, las disputas y los sueños, las mujeres que se propusieron hacernos ciudadanas compartían importantes sueños con la República Dominicana a la que habían ayudado a alcanzar su segunda soberanía. Ellas y la patria, como ha escrito la historiadora Reina Rosario, eran pensamientos indisolubles para el porvenir.

Añoraban contribuir con derechos plenos con la patria, su gobierno y los asuntos públicos; tenían como muestra de sus hazañas la labor ejercida como conferencistas, articulistas y gestoras de fondos durante la época intervencionista. Por eso, incluso, articularon lo que hoy podemos reconocer como planes de desarrollo del país.

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Así es, en el genuino interés de “cooperar”, “reverenciar” y “participar”, mujeres como Consuelo Montalvo de Frías proponen en 1927 un programa de Gobierno nacional, el cual incluye la defensa de la soberanía, el fomento de la industria y de los cultivos agrícolas, y el control de las inmigraciones; así como, la explotación minera con contratos justos a multinacionales.

Ese plan de Gobierno, acariciado por Ercilia Pepín, Evangelina Rodríguez, Rosa Smester, Petronila Angélica Gómez Frías, daba preponderancia a la instrucción, promoviendo su acceso gratuito para la infancia a la educación; formaría un cuerpo policial, y controlaría la venta de alcohol. Un plan de Gobierno, precisa, que promovería la virtud de la caridad, y que tendría como referentes: la heroicidad de María Trinidad Sánchez y la grandeza de Salomé Ureña de Henríquez. Es decir, la patria asumió las posturas y las experiencias de las mujeres.

Pero cuando Montalvo de Frías publica el plan calzado con el artículo “Capacidad femenina”, recopila las peticiones de Gómez Brea en 1923, para colocar a su patria en el “concierto de las grandes naciones”: “Meditemos sobre la grandeza de aquel esfuerzo heroico realizada por esos gallardos campeones que se adelantaron a su época en pensamiento y en acción, y ofrendemos sobre su tumba como homenaje de recordación y gratitud, la promesa de un noble y patriótico propósito de colocarnos en el concierto de las grandes naciones (…) fomentando la agricultura como verdadera base de la riqueza de los pueblos; favoreciendo las industrias nacionales como estímulo al trabajo que vigoriza y salva las naciones; estrechando en fin, cada vez más, los vínculos de la confraternidad para que reinando una paz profunda y bienhechora se verifique una saludable reparación político social”.

Aquella intención colectiva, a decir por sus publicaciones, tenía el matiz similar a la entrega por la causa de la soberanía, el cual queda expresado en 1926 en prosa colectiva por Fémina: “Nosotras, las mujeres, que no somos políticas, porque no estamos afiliados a partidos políticos, tal vez seamos quienes podamos ilustrar al pueblo sobre futuros destinos sin que en nuestra misión incurramos en la dolorosa delincuencia de levantar el banderín de la discordia. Dispuestas a compartir responsabilidades, cuales fueren, si tal honor ha de merecer como fruto nuestra consagración, porque para el engrandecimiento del país, debemos estrecharnos en un solo haz”.

Es decir, la patria pensada por las autoproclamadas hijas espirituales de las mártires que cosen la bandera dominicana y llevaban pólvora en sus faldas, buscaba regenerar la nación y encauzar al progreso, a través de acciones colaborativas con la gesta patriótica. Tal cual el verso de Ercilia Pepín, en 1923: “Toma toda mi alma en el incensario de tu pira, y consume en ella cuanto es ala y flor y aroma en mi alma de mujer”.

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