La patria es ara, no pedestal

La patria es ara, no pedestal

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
En los últimos años hemos asistido a un esfuerzo por reivindicar los símbolos patrios, particularmente la bandera nacional a la que rendimos culto, especialmente en  febrero, consagrado como “el mes de la Patria”.

Claro que todos los meses deberían ser de la patria, pero el sentimiento patriótico nacional ha volado tan bajo, que se creyó necesario dedicar un mes a recordar los deberes que tenemos para con ella.

Ciertamente que el amor a la patria hay que inculcarlo comenzando por rendir tributo a sus símbolos, especialmente a la bandera, pero la devoción no está en proporción a su tamaño. Una banderita de un pie cuadrado en manos de un pequeñín o pequeñita puede tener más significado que otra cien veces mayor.

La pérdida del sentimiento patrio ha sido tan grande en el país que son pocos los jóvenes de hoy que saben cantar el himno nacional. No saben todas las estrofas ni menos lo entonan correctamente. Hasta en actos solemnes apelamos a la grabación del himno. Y las veces que a alguien se le ocurre invitar a cantarlo, los sonidos altisonantes y  los silencios predominan sobre unas pocas voces en concierto.

El problema hay que ubicarlo en la degradación de las escuelas, que ha incluido el abandono de las materias de moral y cívica, y  de la poesía y el canto. Si pocos entonan bien el himno nacional, muchos menos los cantos a la bandera y a los padres de la patria.

Hay necesidad de rescatar el dominio de esos símbolos, pero no sólo en febrero, sino a lo largo de todo el año, especialmente en las aulas de las escuelas públicas y los colegios privados, donde el himno debe ser cantado por los alumnos. Y en los lugares públicos donde se pongan grabaciones, debe invitarse a los presentes a sumar sus voces.

Desde luego, eso es lo cosmético en materia de patriotismo. Dominicanos y dominicanas tenemos que ir más al fondo, a las profundidades de la identidad nacional, a la revalorización de nuestra cultura, al reconocimiento de nuestra mezcla racial para sustentar con orgullo todos sus componentes.

Es obvio que uno de esos componentes, la ascendencia africana, es tenida al menos y negada tercamente en todas las denominaciones y mitificaciones del indio, india clara, india canela, indio oscuro, indiecita. Muchos han descubierto lo que tenemos de negros y negras cuando han llegado a Estados Unidos o a Europa, porque aquí se consideran blancos.

Más allá de las dimensiones de la bandera, la revalorización de la patria tiene que comenzar por abandonar los complejos de inferioridad que nos llevan a creer que en todos somos el fin del mundo y que solo emigrando podremos salvarnos, como si todos cupiéramos en el avión o en las yolas que desafían las furias del mar Caribe.

Contradictoriamente, también somos proclives a discriminar a los emigrantes que retornan, sobre todo si han logrado algún progreso económico, la inmensa mayoría de las veces trabajando a marcha forzada en doble jornada diaria. Los llamamos “dominican-york”, con dejo despectivo. Y los que regresan de Estados Unidos son sospechosos de tráfico de drogas, y de prostitutas si vienen de Europa.

El patriotismo que debemos promover es el amor a lo nuestro, la convicción de que somos un pueblo con virtudes y defectos, con potencialidades y carencias, con profundos deseos de superación y lastres históricos.

Nuestros hombres y mujeres han demostrado en todas partes donde llegan que tienen una gran capacidad para el trabajo y la superación, para lo que sólo necesitan algunos incentivos, esos que tanto han faltado en el escenario de la patria.

Porque en esencia, el patriotismo se edifica profundizando las reformas para que esta tierra alcance justamente para todos, con una mejor distribución del ingreso, creando las oportunidades que muchos sólo pueden conseguir con la emigración. Sobre todo revolucionando el sistema educativo nacional, convirtiéndolo definitivamente en la prioridad fundamental.

Tenemos que reivindicar el concepto de patria, como ara, no pedestal, tal cual lo definió el patricio antillano José Martí. Y en ese campo casi toda la responsabilidad recae sobre el liderazgo político nacional, cuyo desempeño es tan precario y perverso que hace que luzca ridícula la frase hueca de “viva la patria”. 

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