La Patria que ellos concibieron

La Patria que ellos concibieron

Lourdes y José Israel Cuello

Sin lugar a dudas, la historia de nuestra isla ha estado condicionada por los conflictos de los países europeos, particularmente agudos tras la revolución francesa.

Los colonos franceses en Haití, conturbados por los postulados de Libertad-Igualdad-Fraternidad de 1789, intentaron definir el territorio, particularmente alrededor del tema de la esclavitud a la que de ninguna manera estaban en disposición de renunciar y provocaron una convulsión en el despliegue colonial de la metrópoli, cuyas consecuencias aún no han terminado.

En Haití no solo los colonos recibieron el impacto revolucionario sino que su influencia se arraigó en el corazón de los esclavos dando lugar a la primera nación proclamada en el mundo bajo el mando de esclavos libertos.

Así, desde antes del acontecimiento mayor de la historia de Francia, durante casi un siglo, nuestra isla pasó de manos de España a manos de Francia, naciones que negociaban sus dominios en las mesas de repartición entre testas coronadas todavía, ora en Ryswick en 1697, ora en Aranjuez en 1777, culminando con la cesión total del este de la isla en Basilea, en 1795, tres años después de la decapitación de la monarquía francesa.

Ya en 1792 la convención nacional francesa había decretado la igualdad sin distinción de razas. Un año después, el comisionado francés Sonthonax abolió la esclavitud en Haití, hecho que 10 años después buscaría infructuosamente revertir Napoleón a través de su cuñado el general Leclerc, a quien envió al mando de 31 mil soldados.

Desde 1801, el entonces gobernador francés, Toussaint Louverture, se había encargado de poner en vigor el Tratado de Basilea en toda isla, siendo el primero en abolir la esclavitud en la parte este.

El pedazo de isla, que era a ratos nuestro, miraba hacia una España carente de voluntad de pertenencia, a punto de desaparecer ella misma en las garras de la Francia Imperial en 1808.

Si en Palo Hincado Sánchez Ramírez derrotó al francés en 1809, con la ayuda decisiva de Inglaterra, fue para recuperar la indiferencia de una España agónica que, habiendo adoptado su primera constitución liberal en Cádiz (1812) con representación de las colonias españolas de América, tuvo en Fernando VII el más acérrimo opositor de la reforma, precipitando así las independencias nacionales también promovidas por Londres. Los criollos hicieron así provecho de la catalepsia española para proclamar sus apropiaciones

Núñez de Cáceres pretendió superar esa apatía cuando encabezó en 1821 el primer movimiento propiamente independentista de la parte española de la isla, recordado hoy tan solo por lo efímero.

No tardó mucho Boyer para justificar ante el parlamento haitiano su decisión de avasallar nuestro territorio, justificado por las “invitaciones” que recibió de algunos alcaldes y sobre todo por el temor a que otra potencia colonial europea tomara control de la parte este de la isla.

Avasallamiento de 22 años que fue suscrito por muchos de los más esclarecidos paisanos de aquel tiempo, los mismos que no tardarían, hasta hoy, en desplazar la generosidad e inocencia del ideal trinitario por la complacencia frente a los renovados criterios imperiales, ahora más próximos y rudos en sus dictámenes.

Hoy, la viabilidad de nuestra Nación como Estado independiente nos obliga a reconocer a los patriotas que encabezaron nuestra Independencia en 1844, cuyo paso por la vida pública lo marcó el deber y no la ambición, la entrega y no la rapiña, el sacrificio y no el lucro en el desempeño de las obligaciones asumidas.

Así, entre caídas y resurrecciones, nuestros mejores hombres nunca han podido completar sus propósitos: lo efímero se repite desde Núñez de Cáceres en Espaillat, en Billini y en Bosch.

La Nación es siempre un pasado, pero también un sueño, una ilusión de que un día la pureza de los trinitarios se conjugue con la habilidad necesaria para mantener los poderes y sus independencias, los mandos y sus respetos, la estabilidad y la honradez, el conocimiento y la humildad en una armonía que nos guíe al progreso sin violencias, a la paz sin atropellos, a la Patria que concibieron nuestros trinitarios.

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