La Patria que soñara Duarte

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SERGIO SARITA VALDEZ
Nunca desde la fundación de la nación se vio la dominicanidad más amenazada en su realidad existencial que en estos complejos, borrascosos y tormentosos tiempos globalizadores. La impagable y estrangulante deuda externa, combinada con una sociedad convertida en nómada e incapaz de someterse, motus propio, a un verdadero plan austero, alejado del fatal comportamiento hedonista y consumista, conforman la ficha clave que tranca el juego del desarrollo criollo autóctono. Momento como el actual se torna, más que adecuada e imprescindible la frase duartiana que reza del modo siguiente: “Por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre”.

De igual manera es valedera la expresión del patricio que dice: “Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria”. En otro fragmento de su pensamiento se lee: “Bien general puesto que el Gobierno se establece para bien general de la asociación y de los asociados, el de la Nación dominicana es y deberá ser siempre y antes de todo, propio y jamás ni nunca de imposición extraña, bien sea ésta directa, indirecta, próxima o remotamente; es y deberá ser siempre popular en cuanto a su origen; electivo en cuanto al modo de organizarle; representativo en cuanto a su esencia y responsable en cuanto a sus actos”.

De un modo casi bíblico nos alertaba Duarte a través de estos fragmentos: “Vivir sin patria es lo mismo que vivir sin Honor. Los enemigos de la Patria, por consiguiente nuestros, están muy acordes en estas ideas: destruir la Nacionalidad aunque para ello sea preciso aniquilar a la nación entera. No somos más que unos ambiciosos que independizamos nuestro pueblo por ambición y no tuvimos talento para hacer nuestra la riqueza ajena; mientras que ellos (los orcopolitas), son los hombres honrados y virtuosos pues han tenido la habilidad de hacerlo todo, hasta llamar al extranjero; muestra inequívoca de lo muy amados que serán por la justicia con que han procedido y procederán para con Dios y la Patria y la Libertad del dominicano. La Nación dominicana es libre e independiente y no es ni puede ser jamás integrante de ninguna otra potencia, ni el patrimonio de familia ni persona alguna propia ni mucho menos extraña. La nación dominicana es la reunión de todos los dominicanos”.

Siguiendo con el ideario del fundador de la República Dominicana leemos: “En Santo Domingo no hay más que un pueblo que desea ser y se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, y una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta ley, contra este querer dominicano, logrando siempre por medio de sus intrigas y sórdidos manejos adueñarse de la situación y hacer aparecer al pueblo dominicano de un modo distinto de cómo es en realidad; esta fracción, es y será siempre todo, menos dominicana; así se la ve en nuestra historia, representante de todo partido antinacional y enemigo nato por tanto de todas nuestras revoluciones; y si no, véase ministeriales en tiempo de Boyer, y luego riveristas, y aún no había sido el 27 de febrero, cuando se les vio proteccionistas franceses y más tarde anexionistas americanos y después españoles”.

Un siglo después del grito libertario y en medio de la feroz tiranía trujillista, el poeta nacional don Pedro Mir evocaba la panorámica de aquel período con estos inolvidables versos: “Si alguien quiere saber cuál es mi patria /se lo diré algún día.

Cuando hayan florecido los camellos /en medio del desierto. /Cuando digan que las mujeres bajan sus dos manos /de la cabeza y la alzan en la brisa, /cuando los trenes salgan a la calle/ el día de la fiesta con sus vías/ bajo el brazo y descanse el fogonero. /Cuando la caña se desnude y rían /los machetes en fuga hacia el batey/dejando en paz las manos sorprendidas. /Cuando todo milagro sea posible /y ya no sea milagro el de la vida”.

Ciento treinta y ocho años después de creada la organización La Trinitaria, otro continuador de la obra duartiana, Juan Bosch, fundaría en diciembre de 1973 el Partido de la Liberación Dominicana, cuyo objetivo fundamental sería el de completar la inconclusa obra de los fundadores de la Patria. Este líder pulcro y honesto cerraría el Cuarto Congreso del Partido un 26 de enero de 1991, natalicio del forjador de nuestra nación, con estas palabras: “.si un dominicano nos ofrece o nos brinda dinero, sea en cantidad importante o pequeña, tenderemos la mano para recibirla si se trata de alguien reconocido por nuestro pueblo como persona honesta, de alma limpia y además de sentimientos patrióticos. De no ser así no queremos su dinero. Que no se equivoque nadie. Nuestro guía no es Trujillo; es Juan Pablo Duarte, cuyo nacimiento estamos conmemorando aquí, con este acto en el que le rendimos tributo los peledeístas cada cuatro años en los Congresos del Partido, y diariamente con el trabajo tesonero a favor de un futuro luminoso para el pueblo dominicano”.

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