Ilustres pensadores de ayer y brillantes eruditos de hoy han sabido caminar hasta calar el tope de la montaña de las ideas, para desde allí echar su mirada inteligente sobre el pasado andado, y así atreverse luego a proyectar la meta anhelada, que es el bienestar de todos.
En un mundo variopinto, hemos de imaginar a cada ser humano en particular exponiendo su propio punto de vista acerca del devenir histórico. Sea o no del agrado de algunos lo cierto es que la sociedad es de naturaleza fragmentaria repartida en capas o segmentos cuya unidad básica está representada por la familia. Padre, madre, hijos y hermanos son términos afectivos que a diario se barajan en el lenguaje coloquial.
Es por ello que se ha vuelto ley aquella expresión que reza: Nada es real hasta que es local.
Leemos, vemos y escuchamos lo que pasa en el terreno distante pero tales hechos no lo percibimos como una fuerza concreta hasta que dichas acciones nos afectan directamente. La comunicación social efectiva trata de enterarnos acerca de lo que ocurre en la acera de enfrente y más allá de manera que cualquier conato de incendio en el vecindario nos alerta sobre las probabilidades de que el fuego se extienda hasta nuestra casa.
Esta larga introducción se torna necesaria para comprender lo importante que es el estar enterado de lo que acontece en el mundo puesto que, de una forma u otra, ya sea en lo inmediato o en el corto futuro se habrá de sentir en el seno local.
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Somos animales racionales que, cual enjambre gigante, se organiza para generar bienes y servicios que se consumen en el diario vivir. No siendo posible estar presente en cada lugar al momento que se genera un hecho de relevancia, dependemos de los distintos medios informativos para enterarnos de lo sucedido. No siempre esas fuentes noticiosas actúan con apego a la verdad. Algunas de manera intencional modifican o interpretan los sucesos a su modo y conveniencia, obedeciendo a intereses particulares. Como diría mi abuela: cada cual narra el cuento a su manera.
El Sureste asiático, el Medio Oriente y Europa han sido escenarios de conflictos bélicos luego de las dos guerras mundiales acaecidas en la primera mitad del pasado siglo XX.
El desmoronamiento de la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y con ello la desintegración de la estructura militar denominada Pacto de Varsovia dejó vigente una sola fuerza armada colectiva en occidente llamada la OTAN. Muchas de las naciones del bloque soviético pasaron a formar parte de la Unión Europea y de su ejército internacional. El anuncio de la probable integración de Ucrania al circuito occidental provocó alarma en la Federación Rusa que visualizó ojivas nucleares apuntando directamente a su territorio. Adelantándose a los acontecimientos prefirió tomar la ofensiva con una “Operación Militar Especial”, interpretada por muchos como la guerra de Ucrania. Ese enfrentamiento fratricida debe concluir con unos acuerdos de paz para el bien y la supervivencia de la humanidad.
Paz y seguridad para todos es lo que el mundo racional prevé como sueño posible.