La peligrosa muerte de Plutón

La peligrosa muerte de Plutón

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Quizás para entender algo la política criolla, convenga leer esta maliciosa crónica astronómica…

Ahora es un chisme científico que Plutón, el antes orgulloso planeta, anda convertido por decreto astronómico en una desacreditada peña sideral. No sabemos si para eso consultaron a Dios, a quien no le gusta que los profanos desmantelen sus nebulosos planetas y estrellas, aunque anden apagados y sin empleo.

A Zoila, la bruja haitiana, se les pusieron los garabatos de su pelo de punta, y dijo: ¡Carajo, lo pusieron en retiro deshonroso! ¡Ya verán! Al otro día al anciano General Plutarco O.G.M.E.X.L., lo pusieron también en retiro. Y cada tarde al viejo general lo ponían a secar al sol con sus cataratas en los ojos y en la mente (eso creían), con su sombrero de alas anchas de halcón, su chaleco negro con botones dorados. En la mecedora iba su pistola cuarenta y cinco (por sí acaso), y sus dizque penumbras mentales (ya verán).

Y si el vuelo de una mariposa cambia el curso de las galaxias, el revuelo de un catarrón como el ex-general Plutarco llegó a las galaxias, porque el rabioso militar intentó regresar sin éxito al poder activo, a tiro limpio, por lo que lo metieron en un ataúd, le cantaron el himno nacional arropado en la bandera; la fusilería disparó las tres descargas de despedida (con cura y todo), y ya metido en la fosa estornudó por el agua bendita final, y tras un sonoro carajo se montó otra vez en su mecedora artillada y gritó en tono militar: «a mí no me tumban ni con pistolas ni con astrónomos; a mí me hubiera dolido más si me hubieran robado mis vacas o mi querida».

Y desde su mecedora, repetimos, tras el chaleco negro con botones dorados, siempre estaba su pistola sobada para borrar las culpas de un viejo «golpe» político fracasado, en que todos dizque lo apoyaban y después se escondieron y huyeron como gallinas.

Ahora a las mil viudas de aquella revolución sin sangre, les pide perdón y comprensión, porque la orden vino de arriba ¿y qué iba a hacer él?

La historia de los países es que sufren los disparates de los hombres y de las ideologías de las academias, y ciertos empujones de personajes con ramas verdes.

Las malas memorias políticas de Plutarco no las habían borrado las amnistías, porque la ley no limpia como el cloro, quizás esas cosas las borren las brumas y los efluvios del tiempo. Y eso -decía- tienen que aprenderlo estos generalitos de academia; generales de batallitas de computadora e internet, pero cuando suena un relámpago o suena un tiro, se meten bajo las faldas de mami o se van a Miami hasta que escampe. ¿Es que acaso no saben que lo macho no se aprende en academias y que los chalecos antibalas no tapan el miedo?

Y ¡cómo cambian los tiempos! -pensaba el general- Daba gusto verme con toditas mis medallas y galones, suficientes para verlos temblar alrededor, sin que uno tenga que aprender los disparates de las letras y los números. Daba gusto ver mis cumpleaños y entonces me mandaban telegramas incondicionales de San Carlos, Ciudad Nueva, Los Mina, Pajarito, La Caleta, de Haina y hasta de la benemérita San Cristóbal: y me amanecían con alboradas y mañanitas, y llegaban los chanchos en puya, peladitos, y racimos de plátanos, rulos y canastas de mapueyes y las longanizas gordas de las de aquellos tiempos para amarrar perros; y me llegaban abrazos encendidos de todos los jefes y funcionarios y de las mejores nalgas («cuando usted diga general»), y llegó hasta aquella bomba envuelta en papel de regalos y moña, que le falló al maldito que la mandó -porque la grandeza cría envidias- «¡venirme con bombitas y pólvoras a mi!»; y no voy a hablar de aquella finquita mía, que le fueron creciendo sabrosas tareas y vacas turbias por todos los lados, y las vacas que me regalaban los subalternos, y la pistola embrujada que me mandó Lilís para matar traidores.

Y ahora -dijo Plutón- los tenienticos pepillitos cruzan la acera al verme, y nadie se acuerda de mi cumpleaños, y no llegan felicitaciones, abrazos y telegramas; y la bruja Zoila, la haitiana, se ríe de los astrónomos que violaron la virginidad de Plutón, y los planetas de la burocracia de Dios, y las fuerzas terribles del zodíaco, y cambiaron la suerte del General Plutarco, y hasta remenearon su mecedora y el sombrero militar de alas anchas. Y ella, la bruja Zoila, lo dijo duro para que Plutarco y todos los oyeran: «¡que aprendan todos y que cuiden ese chaleco negro, su pistola y almacén de papeletas, que serán útiles como siempre, para cuando el General Plutarco quiera ser presidente de nuevo. Lo dicen las estrellas maliciosas que siempre flotan sobre este país, a las que no les gustan los cambios de autoridad y de mecedora, y que engordan y brillan más con papeletas, aunque se las tiren desde helicóptero o no!».

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