La percepción del contribuyente

<p>La percepción del contribuyente</p>

JOSÉ LOIS MALKUN
El Gobierno hace un gran esfuerzo por avanzar en el ordenamiento fiscal del país. Pero lo hace de manera asimétrica y sin un cambio en la percepción del público sobre cómo se usan esos recursos.

Esa asimetría se observa, una veces en los excesos impositivos (tres reformas fiscales en tres años consecutivos) que no guardan ninguna relación con la racionalidad del gasto público. Otras veces lo hace recargando demasiado a ciertos sectores que a la larga conducirán a una reducción de los ingresos fiscales por una caída en el consumo.

Es un axioma en la teoría fiscal de que recargar demasiado con impuestos a un sector, empresa o producto que genera un porcentaje importante de los ingresos fiscales totales, se revierte en una reducción de los tributos que esa empresa o sector paga.

Estas consecutivas reformas fiscales han venido acompañadas de otras medidas regulatorias como la introducción del comprobante fiscal y la propuesta de ley para criminalizar la evasión. Ambas son saludables en un ambiente de racionalidad y transparencia fiscal pero excesivamente irritantes en un ambiente de dispendio e irracionalidad en el gasto público.

Y lo que está sucediendo ahora es precisamente eso. Un fuerte cuestionamiento a esa voracidad fiscal que los ciudadanos no ven compensada con un servicio público ni ligeramente satisfactorio. Todo lo contrario. Lo que ven es que el Gobierno usa esos recursos para cualquier cosa menos para lo que los contribuyentes esperan. Y eso conduce a más evasión. No importa las medidas que se tomen, la leyes que se aprueben, o las nuevas reformas fiscales que se introduzcan, el contribuyente no cambiará de actitud hasta que el Gobierno no cambie sus prácticas dispendiosas.

Las oficinas recaudadoras pueden vanagloriarse de aumentar sus ingresos cada mes respecto al mismo mes del año anterior. Pero eso no guarda relación con las expectativas de ingreso. De hecho, en cada reforma se recauda cada vez menos de lo previsto, lo que supone cada vez más evasión. Tampoco hay una relación entre el crecimiento del PIB y el aumento de las recaudaciones, y ese el mejor ejemplo de lo que decimos.

Solo cuando existe esa compensación la actitud del contribuyente cambia. De lo contrario, ese contribuyente seguirá buscando nuevas alternativas para evadir, ya sea perfeccionando su contabilidad para reflejar pérdidas inexistentes, promoviendo la venta en efectivo cuando le sea posible, cruzando sus operaciones con otras empresas fantasmas y en última instancia cerrando sus negocios o dimensionándolos para convertirse en informal. Todo es posible dependiendo del tipo y tamaño de la empresa.

Por su parte, las grandes y medianas empresas, afectadas por el sesgo impositivo, que no podrán utilizar ni querrán hacerlo, esos mecanismos de evasión, tiene como única alternativa reducir personal, cortar gastos de publicidad, posponer sus planes de expansión, etc. etc. lo que se traduce en pérdidas de empleos y menor inversión.

Ya hemos hablado de este tema en artículos anteriores pero refiriéndonos a la alta correlación que existe entre la recaudaciones y el nivel de impuestos. En todos los países donde se ha reducido el impuesto a las ganancias las recaudaciones han aumentado proporcionalmente mucho más. O sea, que el fisco en vez de perder, gana. Y este es otro axioma. Pero aquí seguimos por el camino al revés con la agravante de que no se visualiza ningún cambio en la política de gastos públicos.

¿Cuáles serán las consecuencias de esta estrategia impositiva? El tiempo lo dirá. Pero observando experiencias similares en otros países, los resultados nos conducen a pensar que se producirá un incremento en la informalidad de los negocios, se cerrarán muchas empresas, se perderán miles de empleos y la inversión se contraerá. Así de simple.

Mientras tanto, el Gobierno está feliz con sus ingresos, la gente está furiosa por las cargas fiscales y el populismo celebra el inicio de otro proceso electoral para que a sus manos llegue una tajada importante de los nuevos impuestos. Obviamente, se dispone también de una partida significativa de esos impuestos para comprar medios y conciencias y satisfacer el ego de los que disfrutan el poder. Porque el poder de la comunicación es determinante para neutralizar las potenciales alteraciones y desórdenes emocionales de los contribuyentes.

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