La permanencia de una útil discusión

La permanencia de una útil discusión

Son muchas las reflexiones e interpretaciones sobre el significado de algunos movimientos contestarios, que aparecen y desaparecen en varios países.  Algunos pensadores llaman la atención sobre la debilidad propositiva y política de esos movimientos, otros traen a colación la eterna discusión sobre el papel de lo espontáneo y de lo organizativo en cualquier iniciativa de cambio.

Raffaelle Simone dice, quizás dramatizando, que un movimiento “en el momento en que se concreta bajo la forma de propuesta ya se ha convertido en un partido”, sigue diciendo “en la medida que dure el movimiento, tendrá sus jefes y responsables y (…) en el momento en que los cree y se dé cuenta de que unos jefes son necesarios para existir, se habrá convertido en partido”. Dicho de esa manera, podría pensarse que Simone quiere hacer énfasis en la necesidad del momento de la permanencia, de la organización en los movimientos.

También creo que en él, como en otros autores, subyace la idea de que un movimiento adquiere eficacia en sus propósitos si logra pasar de la pasión/ebullición a las propuestas que le dan sentido de permanencia. Eso lo considero correcto, pero no por eso adquiere carácter de partido político.  Creo que cuando un movimiento se ha dotado de una propuesta sí adquiere una existencia que comienza a discurrir en la esfera de la política, pero no por ello pasa a ser automáticamente un partido político.

La concreción de propuestas le da un relativo nivel de eficacia e identidad a un movimiento, a través de las cuales se relaciona con otras identidades políticas con posibilidades de tener algún resultado en una determinada coyuntura.

Pasado este momento, o sea el de las coyunturales propuestas, el movimiento como tal tiene dos caminos: dejar de existir o comenzar otra etapa de su existencia, en la cual puede o no convertirse en partido.

El partido político constituye una de esas categorías forjadas a lo largo de la Historia que se han cosificado (convertido en cosa) de tal manera, que la conciencia colectiva no puede imaginar que pueda hacerse política prescindiendo de su existencia. La fortaleza del partido reside en su permanencia, pero paradójicamente, es en ésta donde habita su corrosivo germen del conservadurismo.

El partido se convierte en un fetiche, en una suerte de imprescindible certidumbre para la identidad del grupo. El partido, de todos los signos, como referencia de grupo o de clase está en crisis, no ha sido capaz de ser instrumento de cambio realmente democrático en ninguna parte y como hasta ahora no hemos podido construir una organización capaz de producirlo, no podemos  dejar de relacionarnos con esta institución, por lo cual es necesario establecer una forma de relación entre movimiento y partido donde se pueda conjugar, lo más adecuadamente posible, los momentos de la espontaneidad y de la organización que les son respectivamente consustanciales.

La experiencia nos dice que un movimiento incapaz de llegar a acuerdos políticos está condenado a la ineficacia, a la brevedad, al individualismo y apoliticismo de muchos de sus integrantes. Tener propuestas y relacionamiento político podría conducir un movimiento hacia un resultado y del mismo dependerá su futuro.

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