A propósito de la reciente advertencia del Papa Francisco sobre esta perniciosa práctica que degrada la condición humana, me vino a la mente la forma en que se evidencia en algunas redacciones de medios con malquerencias e intrigas entre periodistas que deberían resolver sus diferencias por medios civilizados.
Es probable, como se pone de manifiesto en procesos electorales y luchas internas en gremios y asociaciones profesionales de diversas denominaciones, que esta tendencia no se da exclusivamente entre comunicadores, pero es indudable que entre éstos adquiere características sumamente penosas.
La prueba de este aserto es que se ha afianzado aquello de que “no hay peor enemigo de un periodista que otro periodista”, una expresión que podría parecer hiperbólica, pero que algunos hechos y situaciones parecen confirmar en el quehacer cotidiano de las comunicaciones.
Consciente de que la Iglesia católica no escapa a este vicio, el Santo Padre nos previene sobre lo perjudicial que resultan los chismes, pues al producir palabras que matan, llenan el corazón de amargura y “nos envenenan a nosotros mismos”, lo que genera confrontaciones que, mal orientadas, perjudican todo laudatorio esfuerzo en pro de la convivencia armónica.
El periodista Enfry Taveras, quien falleció recientemente en trágicas circunstancias, fue un ejemplo de cómo se puede convivir entre colegas de profesión con respeto, altura y valoración, por encima de diferencias de opinión y de intereses ligados a preferencias y objetivos.
Hombre auténtico y ajeno por completo a las intrigas y la odiosa arrogancia, nunca se dejó deslumbrar ni envanecer al ocupar posiciones ejecutivas en una redacción.
Dedicado por completo a su profesión y con las carencias y necesidades propias del que vive de un sueldo, ante una urgencia personal o familiar prefería pedir auxilio a un amigo para luego retribuirlo, a recurrir a un favor o una dádiva desde fuera que pudiera comprometer su independencia de criterio y acción.
A la amistad auténtica se unía su gran sentido de la lealtad, inquebrantable ante el más tentador ofrecimiento de ventajas y conveniencias económicas que en no pocas ocasiones conducen a la traición y a la comisión de hechos infames.
De ahí que su repentina partida haya dejado un hondo vacío entre sus colegas que siempre recibieron de él una amistad limpia, firme e invariable, que lo hizo merecedor de un gran aprecio, especialmente por su sencillez y probada sensibilidad humana.
En una ocasión fue llamado a participar en una conspiración contra una gestión e indignado dejó con la palabra en la boca a los ofertantes para de inmediato denunciar lo acontecido de forma responsable, a sabiendas de que esto pudo costarle su puesto, pues habían conexiones desde ciertas instancias.
Prefería perder un empleo y quedar durante un tiempo sin una estable fuente de remuneración a defraudar a quienes habían depositado en él confianza y aprecio personal.
Otro gran mérito de la forma en que entendía la verdadera amistad, es que no estaba sujeta ni dependía de hacer elogios inmerecidos ni a la incondicionalidad que compromete el buen juicio y la capacidad de cuestionar cualquier mala actuación.
Las palabras del Papa mueven a la reflexión para valorar y emular a los que como Enfry han tenido la capacidad de rechazar, por nobleza y sanidad de espíritu, cualquier asomo o tentación de habladuría destructiva.