La persistente impunidad

La persistente impunidad

Carmen Imbert Brugal

Es la reiteración de la impotencia, la historia de la postergación y la exclusión. Eso de no ser iguales y sufrir las consecuencias.

El andamiaje institucional construido para perjudicar no para amparar. Queda entonces como enunciado la protección de los derechos de las personas, función esencial del estado. Se convierte en quimera el derecho a la igualdad que deben garantizar las instituciones y autoridades.

En cada municipio ocurre, en cualquier pedazo del territorio pasa. Algunos callan, vencidos. Otros, más osados, como los padres de la menor, Mayelin Gómez Encarnación, acuden, sin éxito, a los medios de comunicación, para denunciar la irresponsabilidad de las autoridades.

La joven recibió contenta la invitación de unas tías para pasar el fin de semana juntas. La estadía comenzó el viernes 16 de julio y el martes velaban su cadáver.

Al lugar se presentó su novio y un artista urbano, conocido como “el crok”. Departieron, consumieron sustancias controladas, alcohol y a las seis de la mañana dos hombres y una mujer llevaron el cuerpo inerte de Mayelin a una clínica. Un médico informó a la Policía.

Ninguna de las personas presentes en el apartamento fue privada de libertad. Tampoco las personas que llevaron el cadáver al Centro Médico.

Sin editoriales ni primera plana, sin llanto colectivo ni pésame oficial, sus padres, desde julio, recorren el trecho del dolor una y otra vez. La ruta para encontrar respuestas comienza en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses y culmina en la humillante visita a la Fiscalía de Santo Domingo Este.

La fiscal actuante retiene el resultado de la necropsia, ignora y descalifica los reclamos de los padres. Olvida que es representante de la sociedad, no abogada defensora y aconseja a los involucrados “mantener perfil bajo”.

Permitió que el interrogatorio al novio, mánager del “urbano”, fuera reproducido en tiempo real. Las tías desaparecieron.

El caso recuerda a tantos similares, sumidos en el olvido. Pervive la nefasta práctica y el incumplimiento de la ley es habitual.

La violencia produce conmoción fugaz. La sensibilidad criolla solo se estremece con la codicia. Más molesta la corrupción que los crímenes y delitos contra las personas. Por eso la algarabía cada vez que los supuestos autores de infracciones contra la cosa pública son apresados.

En cualquier esquina, en el templo, en la fiesta, en el estadio, las buenas señoras y los hombres piadosos, manifiestan con furia su deseo de castigo. Exponen su rabia contra tanto malhechor que, durante el pasado gobierno, utilizó los fondos públicos para su provecho.

También expresan su satisfacción con la persecución. Los detalles del proceso penal poco importan y aquello del debido proceso es argumento propio de opositores al Cambio. Celebran los allanamientos de madrugada, los grilletes, los barrotes, los insultos. Disfrutan la humillación ajena.

Cada vez que aparece un antiguo funcionario cabizbajo, la excitación es múltiple. La euforia repite que el fin de la impunidad llegó. Errada y peligrosa afirmación. La inercia y complicidad de la fiscal, en el caso Mayelin, confirma su persistencia. “Parece que la mató la brisa”, como dice su madre.

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