La Pintura triunfa en
Bienal Paleta de Níquel

La Pintura triunfa en<BR>Bienal Paleta de Níquel

La Fundación Bonao para la Cultura celebra por segunda vez su Bienal de Arte, apadrinada por Falcondo. La edición 2007 supera la anterior y Cándido Bidó, gestor del concurso, además de su formidable responsabilidad en un museo y escuela único en el país, se anota otro éxito

MARIANNE DE TOLENTINO

Una semana antes, reinaba la alegría en Bonao, una multitud había acudido a la ceremonia de premiación y apertura de la Bienal. Obras excelentes habían sido galardonadas. Todo dejaba prever un éxito rotundo, y quienes no habían podido asistir a la inauguración pensaban ir los días siguientes. A pesar de una lluvia tenaz que bautizó el acto, nadie pensaba que Bonao y los poblados aledaños iban a sufrir tanto y tan pronto por una tormenta que les traería inundaciones, estragos y muertes.

Esperamos que cuando la región se recobre de estos daños crueles, la Segunda Bienal Paleta de Níquel, que no pocos llaman Bienal de Bonao o Bienal Cándido Bidó, acoja a muchos visitantes, siendo símbolo de lo que un pueblo sabe hacer por el arte.

Los Premios

No cabe duda de que el jurado de selección tiene una enorme importancia, pues guía los resultados y las conclusiones de la Bienal, presentando a los jueces de la premiación las obras (y categorías) entre las cuales deberá adjudicar los galardones. Si se parcializa y «castiga», la premiación seguirá o radicalizará el primer veredicto… En la Bienal de Bonao -aunque no conocemos los trabajos que concursaron en primer grado-, los responsables de la selección -dominicanos todos- hicieron una labor muy positiva.

Podemos afirmar aún que, en buena medida, orientaron al jurado premiador -que comprendía un sólo experto del exterior, y era una caribeña-. No había peligro de que primase un criterio internacional de metrópolis, aparte de que, infortunadamente, nuestra élite de la contemporaneidad no participa en la bienal bonaense.

Fuera de la categoría de Pintura -con decenas de cuadros notables-, solamente había dos instalaciones -una fue premiada- a considerar, y prácticamente una escultura -fue premiada-. Las categorías gráficas -al menos las seleccionadas- no podían competir con las demás. La atribución de los galardones era libre, en cualquier formulación visual.

El Gran Premio se otorgó a Rafael de  Lemos, dibujante sobresaliente, quien realizó una pintura neosurrealista impresionante, con un exquisito trabajo de casi miniatura, tanto en los personajes como en el  velado fondo. De hecho fue una simbiosis de pintura y dibujo.

Osiris Blanc, cuya increíble metamorfosis pictórica De burro… a motoconcho, y el tratamiento del cuadro dentro del marco sorprendió, cosechó un  muy merecido premio. También fue galardonado José Almonte, con su estilo y mundo inconfundible, con su  humor y su drama  dinámicos, obra además dotada ¡de un título no memorizable!

Para seguir con la Pintura, las menciones, atribuidas a obras muy relevantes, distinguieron a Celso María Trufel por su singular y obsesiva «Primera cena», a Paula Dayana Saneaux por un fotorrealismo perfecto, un dramatismo social impactante y un toque de color rosa en el luctuoso blanco y negro, y finalmente a Silverio Antonio Núñez, oriundo de Bonao, reflejando la calidad de la enseñanza impartida en la Fundación Bidó. Casualmente, fue a su mellizo,  Silverio Antonio Núñez a quien se confirió otra mención, por una escultopintura ingeniosa y comunicativa.

En la categoría de Escultura, la talla directa de Juan Trinidad, vertical y de gran tamaño, no tenía rivales, y su obra premiada  confirma el magnífico oficio, una síntesis entre abstracción y figuración, y el relevo de una escultura dominicana identitaria, demasiado olvidada.

El premio a Raúl Morillo corona una instalación, integrando la imagen en movimiento -en torno a una modelo criolla y un traumatizante noticiero-, que contrasta con la escenografía impecable y «clase media alta». La preferimos sinceramente a su también premiada obra de la Bienal Nacional, por una mayor originalidad.

Ahora bien, de existir un reconocimiento al mejor conjunto de obras, pero no lo hay, Daniel  Aníbal López de la Rosa lo obtendría, por su compromiso social y aporte de una particular seriedad y esmerado oficio.

Una bienal con porvenir

De la misma manera que no existen categorías menores en el arte, no las hay en los concursos. La Bienal de Arte Paleta de Níquel lo demuestra. Con las grandes bienales tradicionales – la Bienal Nacional de Artes Visuales y el Concurso Eduardo León Jimenes-, la Bienal de Bonao, para una parte del medio artístico, no soportaba la comparación. Gozaba sobre todo de una gran simpatía y admiración por un logro más de Cándido Bidó.

La primera edición, en el año 2005, había mostrado, en pintura,  fotografía y  escultura, trabajos de bella factura e interesante concepto, mientras el dibujo no alcanzaba su nivel acostumbrado, el grabado confirmaba su escasez, y las instalaciones, una pobreza insólita.

La segunda edición, en el 2007, reitera parte de estos criterios, pero la escultura y la fotografía ahora decepcionan. Como todo concurso ha de ser evaluada y posiblemente modificada en su reglamento, aquí la Categoría Libre -que acoge a todas las categorías juntas con excepción de la pintura, la escultura y el dibujo- genera confusión y dificulta la apreciación, entre técnicas y resultados totalmente distintos. Los organizadores deben reflexionar.

Ahora bien, una vez expresado este reparo, se impone un elogio mayor: la reivindicación de la pintura. La última Bienal Nacional de Artes Visuales sacudió las sensibilidades con una selección muy discutible de pinturas y con una premiación peor aún, exceptuando al excelente gran premio y una mención de consuelo (solamente) a una magnífica obra pictórica.

La Bienal de Bonao, distinguiendo a seis pinturas, el Gran Premio, «La pura realidad», de Rafael de Lemos; dos premios, «De burro a motoconcho», de Osiris Blanc y «Justonalo centro noldoveo», de José Almonte; tres menciones de honor (con una compensación metálica) a «Los que llegaron», de Silverio Antonio Núñez, «Afra y su hija», de Paula Dayana Saneaux y «La Primera Cena», de Celso María Trufel, sin olvidar una escultopintura, «El hogar de la caoba» de  Silverio Enrique Núñez, hizo justicia.

No era pensable que la Pintura, la categoría por excelencia en nuestro país, se haya vuelto tan deficiente. La Bienal de Cándido Bidó le ha devuelto sus cartas de nobleza. En el extranjero, oráculos de la crítica llegaron más lejos, decretando la muerte de la pintura, ¡por suerte del asesinato se pasó a la resurrección! Esperamos que, después de estos reconocimientos en Bonao, los pintores se sientan mejor. Y debemos agregar que varias pinturas más son de muy alta calidad.

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