La pizarra literaria (4)

La pizarra literaria (4)

La mayor parte de mis amigos de la escuela primaria han muerto; dos de los que aún viven han sufrido operaciones del corazón; a otros dos les han implantado marcapasos. La llamada víscera cordial late y late, sin cesar, durante un montón de años; a pesar de estar hecha de un tejido muy resistente, finalmente, se fatiga y reclama la ayuda de algún impulso eléctrico. La vida es así siempre, en todas partes, dicen al brindar ciertos abuelos con buena salud y nietos educados y robustos. Al dar gracias a Dios “por haber llegado a viejos”, estos ancianos exclaman como Martí: “y antes de morirme quiero echar mis versos del alma.”

Es claro que no todos los hombres guardan versos en su alma, como era el caso de José Martí. Pero todos desean sacarse del corazón recuerdos amables, experiencias dolorosas, pensamientos “cristalizados” por el tiempo. Es sorprendente que las emociones y sobresaltos a que está sometido el corazón humano, no lo dañen rápidamente. José Martí vivió solamente 42 años. En ese corto tiempo pudo hacer numerosos trabajos de periodista, obra valiosísima de escritor, liberar a su país de la dominación extranjera y, por último, echar hermosos versos del alma. El gobierno español lo encarceló, le aplicó grilletes que le enfermaron gravemente; sin embargo, logró parir “Versos sencillos” en 1891.
Aquellos que llegan a viejos no tienen excusas: antes de morir deben echar de su interior todo cuanto tengan allí que pueda servir a los demás; sea para entender el mundo o disfrutar de las bellezas que suele haber en él. Sobre todo si el viejo en cuestión no ha liberado un país, ni escrito los “Versos sencillos”. Algunos podrían cantar con el apóstol de Cuba: “Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma,”/.
La sinceridad se incrementa con el paso del tiempo, a medida que la experiencia adquirida impide engañarse a sí mismo; y las palmas –afortunadamente- crecen en todas las Antillas. Desdichadamente, las islas del Caribe también han sido “frontera imperial” de las grandes potencias europeas, como han mostrado Juan Bosch y Germán Arciniegas. En o futuro, esas islas “donde crece la palma”, tendrán que luchar –igual que Martí- con terribles poderes imperiales.

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